Existe una explicación racional para que India y Brasil, dos países con enormes poblaciones y economías significativas y en desarrollo, no sean miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (UNSC).
El Consejo – formado por cinco miembros permanentes y diez rotativos – fue diseñado para reflejar un orden mundial nacido de la terrible violencia de la II Guerra Mundial. Era así de simple: Quienes surgieron del bando victorioso recibieron una membresía permanente y un poder de ‘veto’ que permitiría a un solo país desafiar la voluntad de toda la comunidad internacional.
Este sistema injusto, que ha debilitado perpetuamente la base moral de la ONU, sigue en vigencia a día de hoy.
La 73ª sesión de la Asamblea General de la ONU que acaba de celebrarse en Nueva York reflejó tanto la impotencia de la capacidad de la ONU como plataforma global a la hora de abordar problemas importantes como el caótico panorama político resultante de la falta de unidad de la organización.
El uso indebido del veto, la falta de responsabilidades y la representación injusta en el Consejo de Seguridad – por ejemplo, ningún país africano o latinoamericano es miembro permanente – han debilitado a una organización que tiene la misión, al menos, en teoría, de defender el derecho internacional y preservar la paz y la seguridad globales.
Aunque Richard Falk, ex Relator Especial de la ONU, aboga por la “necesidad de una ONU más fuerte,” sostiene que “desde la perspectiva de las tendencias geopolíticas actuales, (la ONU) parece haber decaído hasta casi desvanecer respecto a los problemas globales que los Estados que actúan por su cuenta no pueden superar.”
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Algunos de estos problemas están interconectados y no pueden arreglarse con soluciones provisionales o a corto plazo. Por ejemplo, el cambio climático a menudo produce escasez de alimentos y hambrunas, que a su vez contribuyen a los niveles cada vez más altos de migración y, consecuentemente, al racismo y a la violencia.
A finales del año pasado, el Programa Mundial de Alimentos (PMA) de la ONU informó de que el hambre mundial está aumentando, a pesar de los muchos intentos por evitarlo y, eventualmente, conseguir el objetivo declarado de ‘cero hambre’. Según el PMA, 815 millones de personas pasaron hambre en 2017, un aumento de casi 40 millones respecto al año anterior. El organismo de la ONU describió esta última cifra como una ‘acusación a la humanidad.’
La lucha fallida contra el cambio climático es otra ‘acusación a la humanidad’. El Acuerdo de París de 2016, patrocinado por la ONU, supuso una ocasión excepcional para la ONU, ya que los líderes de 195 países acordaron reducir su emisión de dióxido de carbono disminuyendo su dependencia de los combustibles fósiles. Sin embargo, esta emoción inicial se acabó pronto. En junio de 2017, el gobierno de Estados Unidos se retiró del acuerdo global, poniendo al mundo, una vez más, en peligro ante el calentamiento global, cuyo impacto en la humanidad es devastador.
La decisión del gobierno estadounidense de Donald Trump ejemplifica el problema de base de la ONU – en donde un país puede dominar o hacer descarrilar toda la agenda internacional, haciendo que la ONU sea prácticamente irrelevante.
Curiosamente, la ONU fue establecida en 1945 para reemplazar a un organismo que también se volvió irrelevante e ineficaz: la Liga de las Naciones.
Pero si la Liga de las Naciones perdió su credibilidad debido a su incapacidad de evitar la guerra, ¿por qué ha sobrevivido la ONU todos estos años?
Tal vez, entonces, la ONU nunca fue creada para abordar los problemas de la guerra o de la seguridad global. Quizá fue creada para reflejar el nuevo paradigma de poder que refleja y sostiene a los más interesados en la existencia de la ONU en su forma actual.
En cuando se estableció la ONU, Estados Unidos y sus aliados se alzaron a dominar la agenda global.
Como demuestra la experiencia, Estados Unidos se compromete a cumplir los veredictos de la ONU cuando la organización internacional beneficia a la agenda estadounidense, pero no lo hace cuando la organización no cumple con las expectativas de Washington.
Por ejemplo, el ex presidente de los EEUU, George W. Bush, criticó repetidamente a la ONU por no apoyar sus esfuerzos ilegales por hacer estallar la guerra en Irak. En un discurso ante la Asamblea General en 2002, Bush preguntó: ¿Servirán las Naciones Unidas al propósito de su creación, o será irrelevante?".
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Aquí, el “propósito de su creación”, por supuesto, se refiere a la agenda de Estados Unidos, que lleva décadas siendo una prioridad para la ONU.
Los embajadores estadounidenses en la ONU han trabajado sin descanso para desprestigiar a varias instituciones de la organización que se niegan a cumplir con las exigencias de Estados Unidos. La actual embajadora de EE.UU, Nikki Haley, es mucho más agresiva que sus predecesores, ya que su lenguaje antagónico y sus tácticas poco diplomáticas – especialmente respecto a la ocupación ilegal israelí y al apartheid en Palestina – reflejan aún más el deterioro de la relación entre Washington y la ONU.
De hecho, la ONU no es una institución monolítica. Es un organismo supranacional que meramente refleja la naturaleza del poder global. Tras la II Guerra Mundial, la ONU se dividió en torno a líneas políticas e ideológicas resultantes de la Guerra Fría. Después del fin de la era de la Guerra Fría, a principios de los 90, la ONU se convirtió en una herramienta estadounidense que reflejaba la intención de Estados Unidos de hacerse con la dominación global.
Desde 2003, la ONU ha entrado en una nueva era en la que EE.UU. ya no es la única potencia hegemónica. El ascenso de China y Rusia como centros económicos y actores militares, además de la aparición de bloques regionales y económicos en otros lugares del mundo, supone un desafío importante y cada vez más urgente para Estados Unidos en el Consejo de Seguridad y otras instituciones de la ONU.
Aunque la Asamblea General sigue siendo prácticamente impotente, todavía tiene potestad, ocasionalmente, para hacer frente a la dominación de grandes potencias mediante su apoyo a otros organismos de la ONU, como la UNESCO, la Corte Penal Internacional, la Organización Mundial de la Salud, etc.
El mundo está cambiando mucho; sin embargo, la ONU continúa operando basándose en una fórmula arcaica y defectuosa que coronó a los ganadores de la II Guerra Mundial como los líderes del planeta. No habrá esperanza para la ONU si continúa operando según estos supuestos erróneos, y no debería ser necesaria otra guerra mundial para que la ONU se reforme y refleje esta nueva realidad irreversible.
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