Tal día como hoy en 1988, los jóvenes de Argel, la capital de Argelia, tomaron las calles para protestar contra el alto nivel de paro, los precios crecientes y la autocracia política. En los días siguientes, las protestas se extendieron a muchas ciudades a lo largo del país y en una semana 500 personas había muerto y 1.000 habían sido heridas en el caos resultante. 30 años más tarde, el mundo árabe se enfrenta a las mismas condiciones socioeconómicas que provocaron las manifestaciones, pero los argelinos recuerdan el precio que tuvieron que pagar por sus demandas de libertad.
Qué: Los disturbios del “octubre negro”
Cuándo: Del 5 al 11 de octubre de 1988
Dónde: En varias ciudades por toda Argelia
¿Qué pasó?
Apenas 25 años después de la independencia, la Argelia de 1988 se esforzaba por lidiar con una floreciente población joven y unas políticas económicas liberales pobremente implementadas en su incipiente economía. Los jóvenes recién graduados ya no podían pensar en trabajar en empresas estatales, y su formación, orientada a la industria se volvió inservible en la nueva economía de mercado. Los precios de los bienes de primera necesidad comenzaron a inflarse e incluso el precio del material escolar provocó tensión en las calles las semanas previas al inicio del nuevo curso académico. Con esta fractura generacional, el descontento se centró en el sistema corrupto y autocrático del Frente de Liberación Nacional (FLN) que se mantenía en el poder desde la independencia de Francia en 1962.
En mitad de la creciente desesperación socioeconómica, las protestas estallaron primero en Argel. El 5 de octubre los manifestantes tomaron las calles al grito de “Levantad a la juventud” y portaban estandartes con el lema “Queremos nuestros derechos”. Las revueltas alcanzaron tiendas, oficinas, vehículos oficiales y edificios, muchos de los cuales ardieron. Símbolos estatales como las oficinas de Air Algeria y el centro comercial de Riad Al-Fatih se convirtieron también en escenarios de la violencia. En un edificio público la bandera nacional fue reemplazada por un saco de cuscús vacío.
Inspirados en parte por la resistencia palestina contra las fuerzas israelíes en la Primera Intifada, las protestas se extendieron a otras ciudades del país. Tiaret experimentó las peores escenas de violencia tras Argel, con juzgados en llamas en la ciudad de Bilda y el centro de la localidad ocupado por los manifestantes.
El presidente argelino Chadli Bendjedid fue también ridiculizado durante las protestas, con eslóganes mofándose y condenado su gobierno. El presidente comenzó a ser visto como la encarnación de los privilegios, la desigualdad y la corrupción contra la que los manifestantes luchaban.
El segundo día de protestas, el General Khaled Nezzar declaró el estado de emergencia, imponiendo un toque de queda y prohibiendo las manifestaciones. Las concentraciones se presentaron como obra de alborotadores y saqueadores, y al ejército se le dio carta blanca para disparar, arrestar y torturar a cualquier persona que estuvieran implicada en ellas.
Pero las medidas represivas tuvieron el efecto contrario, en lugar de sofocar las protetas, la violencia del estado azuzó la indignación de la gente con miles de personas tomando las calles clamando por un cambio político. El lunes 10 de octubre, una concentración de al menos 20.000 ciudadanos dirigida por el líder islamista Ali Belhadj fue bloqueada por una barricada militar. Media hora después los soldados dispararon indiscriminadamente contra la multitud matando al menos a 50 personas. Otras decenas fueron acribillados de la misma forma a la salida de una mezquita. La indignación pública se disparó “Hay gente peor que los sionistas, los sionistas no disparan en las mezquitas”, declaraban los manifestantes a la prensa.
¿Qué pasó después?
Con 500 muertes registradas, el 11 de octubre el presidente Bendjedid rompió su silencio y pronunció un discurso de 20 minuto en televisión. Prometió reformas políticas y la eliminación del monopolio del estado junto con subsidios a los alimentos y mejores oportunidades.
Aunque muchos lo tomaron con escepticismo, el discurso del presidente provocó un impacto en la población y las protestas se sosegaron y se restituyó el orden.
Una nueva constitución se presentó en una consulta popular al año siguiente, pavimentando el camino de las primeras elecciones democráticas en el país. Sin embargo, todas las esperanzas de reforma fueron rápidamente aniquiladas cuando un golpe militar frenó el ascenso del partido islamista Frente de Salvación Islámica, que había ganado la primera vuelta de las elecciones en 1991. El ejército prohibió el partido en 1992 y el país se sumió rápidamente en una descarnada guerra civil que para 1999 ya había provocado la muerte de más de 200.000 argelinos.
Las protestas del octubre negro son recordadas como el evento más importante en la historia de Argelia tras la guerra de independencia. Las manifestaciones provocaron la caída del sistema de partido único, pero la inestabilidad subsecuente también produjo un profundo impacto en la sociedad argelina, algo que muchos han citado como la razón por la cual Argelina no participó en los levantamientos de 2010 que sí experimentó la vecina Túnez y otros muchos países del mundo árabe.
Aunque las protestas siguen siendo un rasgo frecuente en la resistencia popular argelina, con distintos tipos de desobediencia civil contra la situación socioeconómica, que cada vez más se acercan a la de 1988. Pese a que la historia ha demostrado a los argelinos que las manifestaciones no pueden por sí mismas traer un cambio en el sistema, el “octubre negro” es un recordatorio de que la creciente frustración ante el estancamiento político y económico en la región provocarán inevitablemente nuevos disturbios si no se produce un cambio estructural.