Esta semana, el gabinete israelí aprobó una ley para permitir a 1.000 etíopes judíos emigrar a Israel. La ley, anunciada por primera vez en septiembre, propuso que los etíopes judíos que ya contaran con familiares en Israel tuvieran permitido mudarse al Estado, trayendo consigo a sus parejas y a sus hijos solteros.
Lo que no se menciona en la ley es que unos 7.000 etíopes judíos se quedarán en Etiopía. Los miembros de la tribu Falash Mura, quienes se cree que son descendientes de los antiguos israelitas -de la verdadera diáspora acontecida en los primeros siglos de nuestra era- obligados a convertirse al cristianismo, llevan mucho tiempo siendo un tema espinoso para Israel. Una operación encubierta llevada a cabo en 1991 – que trasladó a más de 14.000 Falash Mura a Israel en tan sólo 36 horas en medio de una tremenda inestabilidad política en Etiopía – fue alabada como un ejemplo del compromiso israelí para proteger a las comunidades judías de todo el mundo.
Israel insiste en que los judíos de todos los rincones del planeta pueden inmigrar a Israel bajo la “Ley del Retorno”. Esa ley, consagrada en 1950, estipula que cualquier persona judía o capaz de demostrar una ascendencia judía reciente tiene el derecho natural a “hacer la aliyá ("retorno a Israel")”. En muchos sentidos, esta ley es fundamental para la raison d'être de Israel como patria de los judíos, un espíritu que se arraigó aún más con la reciente adopción de la polémica Ley del Estado Nación, que declaró que “Israel es la patria histórica del pueblo judío, y es éste el que posee el derecho exclusivo a la autodeterminación nacional en ella”.
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Sin embargo, tal y como demuestra el caso esta semana de los judíos etíopes, no todos los judíos parecen ser iguales a ojos de Israel. Adhiriéndose a la Ley del Retorno, lo que demuestra este caso es el comienzo de un cambio hacia una política guiada por el lema “Israel Primero”. La Ley del Retorno está siendo sometida a examen, y, a medida que cada vez más cuestiones internas desafían a la agenda política de Israel, parece que más y más judíos se quedarán a la intemperie.
Durante mucho tiempo, se atribuyó al racismo el rechazo de los Falash Mura. Esto no carece de credibilidad, y explica gran parte de la renuencia de Israel a animar a todos los 8.000 judíos etíopes a emigrar. En un momento en el que Israel lucha vehementemente contra los refugiados de otros países de África Oriental, incluidos los países vecinos de Etiopía, Eritrea y Sudán, la cruda realidad parece ser que los judíos etíopes no son del color “apropiado”. La discriminación contra los que ya viven en Israel ha surgido con fuerza entre varios sectores, incluidas las oportunidades de trabajo y entre las filas de las Fuerzas de Defensa de Israel. La animosidad absoluta contra estas minorías se ha dado especialmente en algunas ciudades israelíes, como, por ejemplo en el sur de Tel Aviv, donde viven muchas de estas comunidades. La semana pasada, la facción de Likud que se presenta a las elecciones municipales de Tel Aviv fue criticada por pegar carteles que decían: “Nosotros o ellos”, con imágenes de refugiados africanos yuxtapuestas contra insignias israelíes.Las alegaciones de racismo se fortalecen más al comparar el número de Falash Mura al que se ha permitido inmigrar a Israel con el de judíos de otros países. Sólo en la primera mitad de 2017 (las estadísticas de inmigración más recientes disponibles del Ministerio de Inmigración y Absorción de Israel), 3.546 judíos se mudaron a Israel desde Rusia. Otros 2.956 llegaron de Ucrania y 1.211 de Francia durante el mismo periodo. Queda claro que, en cuanto al deseo de la migración a Israel, no todos los judíos reciben el mismo trato.
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Sin embargo, mientras que, sin duda, el racismo contra los judíos etíopes no debe pasarse por alto, existe otro factor adicional. A pesar de su retórica, en el fondo, Israel sabe que la Ley del Retorno es insostenible. Prometer a todos los judíos del mundo – cuya cifra se estimó en 2017 en unos 14,5 millones de personas – un hogar en Israel es simplemente inviable. Actualmente, Israel alberga a unos 6,6 millones de judíos, el 44,4% del total de la población judía mundial. Junto a los 2,3 millones de no judíos que viven en Israel, además de los 4,8 millones de palestinos que viven en los territorios ocupados, sumamos 13,7 millones de personas viviendo entre el Río Jordán y el Mar Mediterráneo. Si a eso sumamos el 55,6% restante de los judíos que habitan fuera de Israel – otros 8 millones de personas –, está claro que es imposible de sostener.
Israel se enfrenta a varios problemas demográficos importantes que, si no se gestionan, amenazan con convertirse en crisis existenciales. Su población continúa creciendo a una mayor velocidad que la de cualquier otro país de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), algo debido en gran parte a las altas tasas de natalidad entre los judíos ultra ortodoxos y entre el 20% de ciudadanos israelíes palestinos. La vivienda se está haciendo cada vez más cara y la construcción dentro de la Línea Verde de Israel se está ralentizando, llevando a muchas personas a elegir vivir en asentamientos ilegales en Cisjordania, no por razones ideológicas, sino por el precio más barato de la vivienda y el estilo de vida que suponen. Los salarios en Israel son los 13º más bajos de la OCDE, con una pobreza relativa por encima de la media de la organización – que alcanza casi el 50% entre los ciudadanos ultra ortodoxos y los palestinos de Israel. La tensión provocada por la negativa de los ultra ortodoxos a servir en las FDI o a participar activamente en la economía también está empezando a pasar factura.
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Aunque otros 1.000 – o incluso 8.000 – Falash Musra no serán la gota que colme el vaso israelí, el rechazo hacia miles de judíos representa la restricción, por razones pragmáticas, de la filosofía de la fundación de Israel. Mientras que la ocupación israelí actual y la reciente intensificación de la violencia israelí contra los manifestantes palestinos en Gaza distraen efectivamente de las dificultades internas, para los israelíes comunes, esto último se siente con más intensidad. Muy pocos israelíes sufren consecuencias cuando un manifestante palestino recibe un disparo, y muy pocos pierden el sueño por la noche. Sin embargo, una población con una diversidad étnica visible, la falta de viviendas y la pobreza relativa son factores tangibles en Israel que amenazan con aumentar el descontento ciudadano.
Tomando prestada la frase del presidente estadounidense Donald Trump, lo que representa la última ley israelí sobre el destino de los judíos etíopes es un cambio hacia una política de “Israel Primero”. Aunque a menudo esto se disfraza y suaviza en la retórica sionista sobre la patria para los judíos, los días de la inmigración por encima de todo lo demás han llegado a su fin. Mientras que una vez Israel animó activamente a los judíos a emigrar a Israel para poblar el incipiente Estado y formar su fuerza de trabajo, ahora la inmigración debe pasar por un análisis de coste-beneficio. Prestar atención a la dura situación de los Falash Musra es un precio pequeño a pagar por mantener las apariencias y conservar la credibilidad de la Ley del Retorno, pero, en el fondo, esta última situación demuestra que Israel no está dispuesto a pagar el precio político de recibir a los 8.000 etíopes con los brazos abiertos.
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