Cuando Francia ocupó Argelia, un país árabe musulmán de la costa mediterránea del Norte de África, en 1830, lo hizo creyendo que Argelia era una parte integral del Estado francés. Lo primero que hizo Francia fue llevar a miles de colonos europeos, entre ellos franceses, españoles e italianos, y les ayudó a hacerse con el control de la fértil región costera de Argelia para tratar de cambiar su demografía y hacer que se pareciera a Francia. Más tarde, aquellos colonos civiles servirían como reserva del ejército para ayudar a las tropas francesas.
Este fue el patrón que siguieron prácticamente todas las potencias coloniales europeas en el Norte de África; los italianos lo hicieron en Libia, mientras que Francia repitió esta misma política , en menor medida, en sus otras colonias, como Túnez y Marruecos, en el extremo occidental del Norte de África.
Francia deseaba anexionarse totalmente Argelia, ya que es una puerta de entrada al África Subsahariana, donde ya era la principal potencia colonial, particularmente en África Occidental. El controlar Argelia y, más tarde, el sur de Libia, era vital, ya que suponía una ruta más barata y más rápida para transportar tropas hacia África y materias primas hasta Francia, que alimentaban a la máquina de guerra mientras se hacía con más territorios.
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Un siglo de ocupación hizo que todo el mundo perdiera la esperanza de que Algeria volviera algún día a ser independiente.
Sin embargo, todo cambió 124 años después, cuando, el 1 de noviembre de 1954, los argelinos se alzaron en armas contra Francia. El Frente de Liberación Nacional, conocido por su acrónimo francés (FLN), lideró la sangrienta batalla por la independencia.El FLN sólo necesitó organizar a la gente, ya que la ira contra la ocupación francesa ya ardía dada la brutalidad de las tropas francesas y de los colonos blancos, conocidos como los pied-noir (pies negros). Los asesinatos en masa de ciudadanos argelinos musulmanes cada vez que expresaban su rechazo a los ocupantes eran constantes, y las masacres se cometían con impunidad. La más famosa es, probablemente, la masacre de Sétif, al oeste de la capital, Argel. El 8 de mayo de 1945, las fuerzas armadas, la policía y los colonos pies-negros armados franceses se unieron para reprimir una manifestación pro-independencia en la ciudad. En Sétif y, más tarde, en Philippeville - actual Skikda - en 1955, miles de argelinos, la mayoría civiles, perdieron la vida en cuestión de dos días.
A pesar del alto precio, Argelia se hizo con la independencia el 5 de julio de 1962, y la atención se centró en la construcción del país y la reconciliación de su pueblo.
A día de hoy, seis décadas después de declarar su independencia, Argelia es un país muy diferente del que era la víspera de su independencia. Por desgracia, no refleja su glorioso pasado ni la dura lucha por su libertad.
Hoy Argelia celebra el 64º aniversario de la revolución, pero es un país diferente del que era justo después de declarar su independencia. Está atrancado en un punto muerto, con pocas perspectivas de futuro para su población, mayoritariamente, jóvenes.
Sufre una falta de desarrollo, una economía rentista, corrupción, una alta tasa de paro y, entre bastidores, la dominación de la antigua guardia. El presidente, por ejemplo, goza de enormes poderes, incluido el control total sobre la rama ejecutiva del gobierno. Sin embargo, en realidad, el ejército tiene la última palabra en todas las decisiones importantes del gobierno. Incluso la reciente purga de ciertos altos cargos militares no es más que una limpieza de imagen para ganar tiempo. Efectivamente, el ejército es considerado como garantía de estabilidad y unidad en el país, pero eso no significa que deba ser el responsable de la toma de decisiones.
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Cuando el presidente Abdelaziz Bouteflika llegó al cargo en 1999, se suponía que iba a ocuparlo un máximo de dos mandatos de cinco años, pero sigue siendo el presidente. Peor aún; su partido, el FLN, le presentó el 29 de octubre de nuevo para candidato para las elecciones de 2019, si es que llegan a celebrarse.
El presidente, de 81 años, sufrió en 2013 un derrame cerebral que le confinó a una silla de ruedas. Es quizá la última figura de la época de la revolución que aún goza de cierto consenso con el establishment político argelino actual, y esto es preocupante.
Argelia merece algo mejor, y puede hacerlo mejor, dada su historia y su población bien formada. Sí, Bouteflika restauró la legitimidad del régimen y unió a la nación. Su política de reconciliación nacional consiguió poner fin a la década de derramamiento de sangre en la que se sumió el país desde 1991 a 2001, después de que el ejército anulara las elecciones que ganaron los islamistas en 1991.
Pero eso no debería suponer una carta blanca para que la antigua guardia mantenga el país bajo su control.
Actualmente, la pregunta es cuánto tiempo pueden mantener este control del país la élite política y militar; de hecho, ¿cómo es de racional? La edad media de las personas de la élite política ronda los 60, mientras que la media nacional está por debajo de los 40, lo que refleja cómo opera el sistema político del país. Dos décadas de elecciones supuestamente libres han fracasado a la hora de producir una figura de liderazgo.
A día de hoy, uno de cada cuatro argelinos es menor de 15 años, y los jóvenes conforman el 60% de los 42 millones de argelinos.
Para la mayoría de estos jóvenes, la revolución de noviembre y la lucha por la independencia son cada vez más irrelevantes. La mayoría de las primeras políticas nacionalistas entusiastas de los días de la independencia han fracasado o se han hecho obsoletas en el contexto actual. Por ejemplo, la arabización, o Taʿrīb, ha sido uno de los objetivos principales de casi todos los gobiernos tras la independencia. Sin embargo, sesenta años después, y el francés, el árabe coloquial y el bereber siguen siendo los medios de comunicación. En 2015, el ministro de Educación llegó a sugerir que las escuelas deberían tener permitido enseñar en árabe coloquial, lo que supone otro indicio de fracaso.
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El gobierno, como principal empleador, no ha proporcionado trabajos, especialmente a los jóvenes graduados. El paro entre los jóvenes se sitúa, modestamente, en alrededor del 26%.
Los jóvenes con formación pero sin empleo son presa fácil de todo tipo de enfermedades sociales, sea el extremismo religioso, la drogadicción o la criminalidad. No debemos olvidar que los jóvenes en paro formaron el grueso de los combatientes durante la guerra civil de 1991.
Actualmente, la mayoría de los argelinos se alegran de que su país consiguiera evitar la ola de la llamada “Primavera Árabe”, que pasó por la región derrocando a regímenes y cambiando sociedades. Viendo lo sucedido en Libia, Siria y Yemen, la mayoría de los argelinos acreditan al presidente el que el país se haya mantenido alejado del caos y de la guerra civil.
Pero, después de seis décadas de independencia, los argelinos pasan por una época difícil, ya que las antiguas guardias del FLN siguen aferrándose al poder y negando los cambios que urgentemente necesita el país.
La congelación actual del sistema político en el país es una prescripción para el desastre final.
Lo que debe hacer la élite política argelina es cambiar drásticamente, si no quieren arriesgarse a que les obliguen a cambiar. Si la lucha por la independencia unió a los argelinos, el actual sistema político asfixiante podría dividirlos.
Contar en las elecciones propuestas de 2019 como un nuevo comienzo es algo erróneo siempre que la antigua guardia, en particular, el ejército, siga controlando el país del mismo modo en que lo ha hecho durante los últimos sesenta años.
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