Creo que el príncipe heredero de Arabia Saudí es un asesino. No voy a decir que es un supuesto asesino, ni que es sospechoso de estar involucrado en un asesinato, ni ninguna otra frase que encubra el problema. Hasta el más ingenuo sabe que no pasa nada en Arabia Saudí sin que Mohammad Bin Salman, el gobernante de facto del Reino, dé una orden directa. Su hermano, el príncipe Khalid Bin Salman, el embajador saudí en Estados Unidos, dijo lo mismo cuando inicialmente negó el asesinato del periodista saudí Jamal Khashoggi y afirmó que había salido del Consulado en Estambul después de procesar sus documentos de divorcio.
Si las más mínimas cosas sólo pasan bajo el conocimiento del príncipe heredero, está claro que algo tan importante como el brutal asesinato de Khashoggi en el Consulado saudí no podría haberse dado sin que los gobernantes de Riad supieran algo al respecto. Esto convierte al hombre en la cima sea, como mínimo, un accesorio del asesinato; cualquier sugerencia de lo contrario es falsa.
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Parece que Mohammad Bin Salman ha pagado miles de millones de dólares en acuerdos de armas y ha comprado las almas de las naciones con subsidios de gasolina y similares para ir a Argentina a la cumbre del G20. El propósito de su participación era que se limpiara las manos de sangre tras, según muchos, no haber conseguido demostrar su inocencia. Quería estrechar manos y ser fotografiado con jefes de Estado de todo el mundo para demostrar a su propio pueblo y a todo el planeta que no ha quedado excluido; que tiene una posición legítima entre los líderes globales.
Pero a veces el viento no sopla a tu favor, tal y como descubrió el príncipe heredero en Buenos Aires. Aunque llegó temprano al pasillo y se colocó a un lado de la plataforma para encontrarse cara a cara con todo el que entrara en la habitación, obligando así a que le saludara, la mayoría de las delegaciones le ignoraron; se quedó solo y aislado. Además, después de que los líderes presentes posaran para una foto grupal, Bin Salman quedó marginado, según señaló Reuters, lo que hizo que abandonara rápidamente la sala sin saludara nadie.
Quizá la única persona que le saludó con afecto de manera informal y poco tradicional fue el presidente ruso, Vladimir Putin, que le chocó los cinco en el hall principal. También, quizás casualmente, se sentó a su lado; ¿estaba esto preestablecido para que estuviera al lado de alguien acostumbrado a eliminar a sus oponentes? Tanto Putin como Bin Salman tienen las manos manchadas de sangre gracias a sus intervenciones militares en Siria y en Yemen, respectivamente.
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Si esta asignación de asientos no era protocolo oficial, ¿acaso querían enviar un mensaje al presidente de los EEUU, Donald Trump, que les ignoró deliberadamente, cada uno por sus propios motivos? Trump canceló su reunión oficial con Putin antes de salir de Estados Unidos, enviando un mensaje claro a Moscú después de que Rusia secuestrara buques de guerra ucranianos en el Mar Negro. Sin embargo, sí cenó de manera no oficial con Putin y su esposa. Mientras tanto, ignoró a Bin Salman, a pesar de apoyarle totalmente y defenderle antes de la cumbre. ¿Se debió esto al miedo de Trump a los medios estadounidenses, que aprovecharían cualquier foto de él estrechando la mano del príncipe saudí? ¿O temía Trump la reacción del Congreso?
Para Putin y Bin Salman era un caso de “el amigo de mi enemigo es mi amigo, y el enemigo de mi amigo también es mi amigo”, en un extraño giro de la situación usual, dado que el aliado de Rusia, Irán, es el enemigo de Arabia Saudí, y que Estados Unidos es aliado de Arabia Saudí y enemigo de Rusia. Putin visitará pronto Riad, donde firmará varios acuerdos comerciales y militares para la venta de armas rusas a Arabia Saudí. Trump ha advertido varias veces al Congreso de que EEUU perderá medio billón de dólares en acuerdos comerciales, militares y de inversión con Arabia Saudí, y que Riad recurrirá a comprar armas rusas si se imponen sanciones al Reino por el asesinato de Khashoggi.
El príncipe heredero saudí pensó que atendiendo a la cumbre del G20 se libraría del caso Khashoggi, pero el asesinato del periodista proyectó una enorme sombra sobre los procedimientos en Buenos Aires, especialmente dado que Human Rights Watch presentó una demanda contra él en los tribunales argentinos y que se encontró con manifestaciones callejeras en contra de su presencia y condenando tanto el asesinato de sus oponentes como los supuestos crímenes de guerra cometidos por su país en Yemen.
El fantasma de Khashoggi también atormentó a Bin Salman durante sus cinco minutos de conversación con el presidente francés Emmanuel Macron, quien, según declaraciones del Palacio del Elíseo, transmitió un mensaje muy claro al príncipe: que Europa insistirá en que en las investigaciones del periodista intervengan expertos internacionales. Además, la presencia fantasmagórica de la víctima saudí también se sintió en el encuentro de Bin Salman con la primera ministra británica, Theresa May, que también mantuvo una postura firme con él y exigió que se realizara una investigación total y honesta respecto al asesinato de Khashoggi. May insistió en que los involucrados han de ser responsabilizados para evitar que se cometa un crimen así otra vez.
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El presidente turco, Recep Tayyip Erdoğan, rechazó la solicitud del príncipe heredero de reunirse con él. “Ni el mundo islámico ni la comunidad internacional estarán satisfechos hasta que todos los perpetradores [del asesinato de Khashoggi], incluidos quienes dieron la orden, sean totalmente identificados,” dijo Erdoğan en una conferencia de prensa. Expresó la voluntad de su país a compartir todas las pruebas que posee con países dispuestos a investigar el caso Khashoggi.
Está claro que, si el príncipe heredero saudí hubiese sabido que él y su país serían humillados en este foro internacional, quizá no habría atendido a la Cumbre del G20. Pero es arrogante e imprudente, y carece de sabiduría a la hora de tomar decisiones.
Seguramente pensó que, al visitar Estados árabes antes de dirigirse a Argentina, restauraría su imagen. Sin embargo, se enfrentó a protestas populares en Egipto y Túnez, ya que su visita provocó a las masas, que no aceptaron su presencia. Estaban indignados frente a la decisión de sus países de recibir a un hombre sospechoso de ser un asesino, no sólo por el asesinato de Khashoggi, sino también por las atroces masacres cometidas por sus fuerzas armadas en Yemen y por los asesinatos entre su propio pueblo. También se debió a su connivencia con Israel. Como Donald Trump dijo ante el Congreso de los EEUU, “… Israel tendría muchos problemas sin Arabia Saudí.” El pueblo egipcio y tunecino expresó los sentimientos de todas las naciones árabes; incluso los parlamentarios tunecinos se opusieron a la visita de Bin Salman.
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En Egipto, el sentimiento anti-Bin Salman se expresó en las redes sociales con el hashtag #thesawsvisitisadisgrace. Algunos grupos nacionales emitieron comunicados condenando la visita, ya que el gobierno prohibió las protestas públicas, aunque permitió a unas pocas personas contratadas por un parlamentario - las mujeres recibieron 5,50 dólares por cabeza; los hombres, más baratos, 3,50 dólares - para que participaran en un apoyo quasi-oficial a la visita, según un anuncio filtrado en las redes sociales. Se requerían 200 mujeres y 100 hombres para hacer fotos del príncipe heredero en la Plaza Tahrir, que fue el núcleo de la revolución de enero de 2011. Como tal vez recuerden, Arabia Saudí conspiró contra la revolución y ayudó a frustrarla.
El parlamentario en cuestión usó a su coro mediático contratado para recibir al príncipe heredero. Algunos medios publicaron imágenes editadas de las pirámides cubiertas con la bandera saudí, afirmando que fueron decoradas con motivo de la visita de Bin Salman. El Ministerio de Antigüedades emitió una declaración negando tal cosa.
Después de todo esto, el príncipe heredero Mohammad Bin Salman debe evaluar si la humillación y la vergüenza internacional fueron un precio que valiera la pena pagar por silenciar a una sola voz disidente. Los regímenes tiranos siempre se equivocan en sus cálculos, ya que no aceptan consejos o consultas de otros. Al atribuirse a sí mismos un estatus divinos, ponen a su país en riesgo de juicios y tribulaciones. En este caso, todo ha sido autoinfligido.
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