Durante siglos, Oriente Medio ha supuesto una oscura sombra para el legado de muchos hombres de Estado que quisieron dejar su huella en la historia. A diferencia de los europeos, los estadounidenses resistieron en gran medida el atractivo de la región hasta 1945, cuando el presidente Frankin D. Roosevelt se reunió con el rey saudí Abdul Aziz a bordo del USS Quincy. Es entonces cuando las arenas de Arabia se convirtieron en un atolladero para Estados Unidos y sus presidentes.
Con la creación del Estado de Israel, poco después de aquella reunión, los presidentes estadounidenses se involucraron en Oriente Medio hasta tal punto que muchos creen que los intereses de EEUU ya no tienen como prioridad la política exterior de Washington.
Cuando la Guerra Fría llegó a su fin y el Muro de Berlín fue derribado, parecía que la historia le había regalado al 41º presidente de los Estados Unidos, George Herbert Walker Bush, una oportunidad para forjar un legado del que enorgullecerse. Se estaba formando un “Nuevo Orden Mundial”, uno del que Bush padre se consideraba a sí mismo como el principal arquitecto.
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La caída de la URRS - el principal enemigo de Estados Unidos durante décadas - y el declive del comunismo fueron acontecimientos monumentales. Sin embargo, para millones de personas, el legado de Bush padre - como el de su hijo, George W. Bush, que fue presidente una década después - quedó definido por eventos que se desarrollaron en otro continente, basándose en lo que hizo y no hizo en Oriente Medio.
Nacido en 1924 en el seno de una familia acomodada en los suburbios de Boston, Bush padre se convirtió en piloto de combate durante la II Guerra Mundial. A diferencia de sus sucesores - Bill Clinton, George W. Bush, Barack Obama y Donald Trump -, había trabajado en el sistema federal antes de llegar a la Casa Blanca, con experiencia como congresista, embajador de EEUU en las Naciones Unidas y en China, director de la CIA y vicepresidente durante 8 años bajo el mandato del presidente Ronald Reagan. Se dice que su experiencia en el servicio público previa a convertirse en presidente es lo que le hacía un realista político, especialmente en cuanto a Israel. Es justo decir que estaba más en desacuerdo con Tel Aviv que cualquier otro presidente estadounidense.
Desde su muerte la semana pasada a los 94 años, se han celebrado homenajes a Bush padre que tienden a blanquear su legado; incluso se ha defendido que fue quien acabó con la Guerra Fría “sin disparar un solo tiro.” No se ha prestado mucha atención a su historial en Oriente Medio.
Aprovechando los acontecimientos históricos en Europa durante su presidencia, George H. W. Bush malvendió sus aventuras en Oriente Medio, contando a una audiencia mundial cautivada que la Guerra del Golfo de 1991 formaba parte de un cambio global que forjaría un “Nuevo Orden Mundial”. Su campaña para improvisar una coalición internacional contra Saddam Hussain se ha citado como uno de sus mayores triunfos. Efectivamente, formó una extensa coalición contra Irak, incluido un importante contingente británico junto a unas 400.000 tropas estadounidenses.
Sin embargo, se ha tachado de deshonesta la afirmación de que la guerra de Bush pusiera fin a la ocupación iraquí de Kuwait. Al igual que su hijo, que 13 años después mintió acerca de las armas de destrucción masiva para justificar la invasión y ocupación de Irak en 2003, la excusa de Bush padre para la guerra “se vendió al público con mentiras.”
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Le dijo al mundo que “está en juego más que un pequeño país; es una gran idea: un nuevo orden mundial, en el que las diversas naciones se unifican en torno a una causa común para lograr las aspiraciones universales del ser humano - paz, seguridad, libertad y el imperio de la ley.” Lo que siguió a esto no tuvo nada que ver con la seguridad, la libertad y el imperio de la ley para el pueblo de Irak y de toda la región.
Bush inició la Operación Tormenta del Desierto en 1991 con consecuencias devastadoras. Según los informes, las fuerzas estadounidenses lanzaron 88.500 toneladas de bombas en Irak y en el Kuwait ocupado por Irak, muchas de las cuales resultaron en víctimas civiles. Un acontecimiento citado por los grupos humanitarios es una redada realizada por las fuerzas aéreas de EEUU en refugios públicos en Bagdad, en la que asesinaron a 408 civiles iraquíes. Human Rights Watch afirmó que Estados Unidos conocía con anterioridad la localización de los refugios y concluyó que se trató de “una grave violación de las leyes de guerra.”
Un acto que pasaría a la historia como una de las peores mentiras jamás contadas para justificar la guerra fue cuando el gobierno de Bush dio una plataforma para que contara su testimonio una miembro de la familia real de Kuwait, que se hizo pasar por una enfermera que había sido testigo de cómodos soldados iraquíes mataban a bebés kuwaitíes. Más tarde se descubrió que, en realidad, Nayirah Al-Sabah era la hija del embajador kuwaití. Se hizo pasar por una enfermera voluntaria ante el Congreso de los Estados Unidos.
La guerra de seis semanas para liberar a Kuwait culminó en una campaña terrestre que duró tan sólo 100 horas. Tras obtener una victoria decisiva frente a Saddam Hussain, el realista de Bush resistió a la tentación de ir a Bagdad y forzar un cambio de régimen. En cambio, instó a los iraquíes a alzarse contra su presidente. Muchos lo hicieron, incluidos los kurdos, en el norte, pero Saddam sobrevivió. Con miedo a las represalias, Bush estableció una zona de exclusión aérea sobre el Kurdistán iraquí en 1992 para evitar una masacre.
Una de las consecuencias involuntarias de la guerra de Irak fue el ascenso de Osama Bin Laden. Cuando Irak invadió Kuwait, el adinerado saudí Bin Laden se ofreció a crear un ejército de veteranos afganos árabes para luchar contra el “impío” Saddam. Su oferta fue rechazada y Riad invitó a las tropas estadounidenses a la Península Arábiga. En enero de 1991, había unas 300.000 tropas extranjeras estacionadas en territorio saudí. La guerra impulsó la red de bases militares de EEUU en el Golfo, que ahora apoyan a las tropas en Afganistán y a las fuerzas que luchan contra el Daesh en Irak y Siria.
La presencia de tropas americanas en el Reino se convirtió en una fuente de fuertes tensiones entre Bin Laden y la familia real saudí. Esta disputa resultó en que el líder difundo de Al-Qaeda abandonara su patria y se reagrupara fuera. Él mismo citó esto como un reclamo importante previo a los atentados del 11S en Nueva York.
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Tras derrotar a Saddam Hussain con el apoyo de varios países árabes, Bush utilizó su capital político para encontrar una solución al conflicto entre Israel y Palestino. Autorizó al secretario de Estado estadounidense, James Baker, a iniciar conversaciones en Madrid en 1991 entre la OLP e Israel. Las vías de negociación bilaterales y multilaterales establecidas durante este periodo culminaron en 1993 con los Acuerdos de Oslo.
El realismo político de Bush padre hizo que mantuviera una postura dura frente a Israel. Buscando la oportunidad de poner fin al conflicto en Palestina con un posible acuerdo de paz, actuó para acabar con la intransigencia israelí al negarse a aprobar un préstamo de 10.000 millones de dólares para ayudar al Estado sionista con una ola de inmigración judía proveniente de la antigua Unión Soviética. Haciendo lo que ningún otro presidente de los EEUU ha hecho por dar una oportunidad a la paz, se atrevió a atar la ayuda militar y económica a Israel y a limitar la construcción de asentamientos en los territorios ocupados de Cisjordania, la Franja de Gaza y los Altos del Golán sirios. Se dice que esta es una de las razones por las que no ganó unas segundas elecciones al cargo.
Bush prometió llevar al mundo a un “Nuevo Orden Mundial” en el que el Estado de Derecho y la ONU serían el núcleo de la política global. Juzgando a partir de ese estándar y del caos que se ha desarrollado en Oriente Medio a lo largo de los últimos 30 años, además de la continua devastación de Irak, la inestabilidad causada por la presencia militar de EEUU en la región y la colonización israelí de Palestina, el legado manchado de George H. W. Bush siempre será recordado por sus muchos errores en Oriente Medio, más que por sus triunfos en el resto del mundo.
Las opiniones expresadas en este artículo pertenecen a su autor y no reflejan necesariamente la política editorial de Monitor de Oriente.