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Recordamos a Mohamed Bouazizi en el comienzo de la Primavera Árabe

El 17 de diciembre de 2010, Mohamed Bouazizi, vendedor ambulante tunecino, se prendió fuego frente a la oficina del gobernador, abatido por no poder ganarse la vida y mantener a su familia. Su protesta retumbó por todo el mundo árabe, haciendo estallar manifestaciones en contra de la mala gestión económica y la autocracia política. En Túnez, las manifestaciones populares llevaron a la retirada del presidente Zine El Abidine Ben Ali tras 23 años de mandato; sin embargo, en otros países aún reina la inestabilidad y continúa la lucha por la libertad.

Qué: la autoinmolación de Mohamed Bouazizi

Cuándo: 17 de diciembre de 2010

Dónde: Sidi Bouzid, Túnez

¿Qué sucedió?

Mohamed Bouazizi era un vendedor ambulante de 26 años originario del pueblo de Sidi Salah. Su padre murió cuando él tenía tres años y le educaron junto a sus seis hermanos y hermanas en una pequeña habitación en su pueblo natal. Abandonó su educación a principios de su adolescencia para poder mantener a su familia, pero siempre soñó con poder terminar el instituto. Ayudó a su madre, a su tío y a sus hermanos pequeños, pagó la carrera de una de sus hermanas ganando unos 140 dólares al mes vendiendo productos en la calle en la ciudad cercana de Sidi Bouzid. Según su familia, también solicitó unirse al ejército, pero le rechazaron.

Los amigos de Bouazizi cuentan que era un chico amable y sociable que, a pesar de su difícil situación, siempre estaba dispuesto a ayudar a los demás, conocido por dar verduras y frutas gratis a las familias pobres. Sin embargo, durante años, los agentes de policía le acosaron y a menudo confiscaban sus productos.

En diciembre de 2010, Bouazizi debía unos 200 dólares cuando fue abordado por la policía, supuestamente por no contar con el permiso necesario para vender sus productos; más tarde, el líder de la oficina estatal de empleo de Sidi Bouzid declaró que no se necesita ningún permiso para vender en la calle en Túnez. Fue humillado públicamente por una agente de policía, identificada después como Faida Hamdy, que, al parecer, le abofeteó la cara, le escupió, confiscó su balanza electrónica y lo empujó sobre el carro con el que vendía sus productos.

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Después, Bouazizi se dirigió a la oficina del gobernador para exigir que le devolvieran su balanza; su petición fue denegada y el gobernador llegó incluso a negarse a reunirse con él, a pesar de que Bouazizi le dijera “si no me ves, me quemo.”

Fue rechazado y, menos de una hora después de producirse el altercado, regresaba a la oficina del gobernador y, en medio de la calle abarrotada de gente, gritó “¿cómo pretendéis que me gane la vida?” antes de empaparse en gasolina y prenderse fuego.

Aunque la gente intentó ayudar a Bouazizi, ya había sufrido quemaduras en el 90% de su cuerpo cuando finalmente lograron apagar las llamas. Fue desplazado inmediatamente a un hospital local antes de ser trasladado a una instalación más grande en Sfax, a unos 110 kilómetros de distancia. Las noticias de su situación se extendieron, tanto, que hasta el presidente tunecino, Zine El Abidine Ben Ali, llegó a visitar a Bouazizi en el hospital y, según la madre del joven, prometió enviar a su hijo a Francia para que recibiera un tratamiento; este traslado nunca se realizó.

Bouazizi permaneció en estado de coma hasta su muerte el 4 de enero de 2011, 18 días después. Unas 5.000 personas acudieron a su funeral, alabándolo como un mártir y prometiendo vengar su muerte.

¿Qué pasó después?

Tan sólo horas después de la autoinmolación de Bouazizi estallaron las protestas en Sidi Bouzid. A pesar de los intentos de la policía de dispersar las manifestaciones, continuaron durante dos semanas hasta su muerte, tras la cual se extendieron a lo largo del país. La frustración pública que llevaban silenciadas mucho tiempo salieron a la superficie y los manifestantes exigieron un mejor gobierno, bienestar y un cambio de régimen. El 14 de enero de 2011, el presidente y su familia huyeron del país, poniendo fin a los 23 años de mandato de Ben Ali y allanando el camino para la celebración de elecciones y la llegada de un nuevo gobierno.

Tan pronto como la situación cambió en Túnez, las manifestaciones se extendieron por toda la región, aunque siguiendo trayectorias claramente diferentes.

Empezando por Egipto, la gente se echó a las calles en todo el país, con lemas como “Pan, Libertad e Igualdad Social”. Tras 18 días de manifestaciones públicas y represión violenta, el presidente egipcio, Hosni Mubarak, renunció al cargo y el ejército suspendió la constitución y el parlamento, prometiendo que el país sería testigo de las primeras elecciones democráticas de su historia. El año siguiente, el doctor Mohamed Morsi, de los Hermanos Musulmanes, fue elegido presidente por una mayoría substancial. Pero este aparente triunfo duró poco; un golpe de Estado militar expulsó al presidente Morsi en 2013 y el general Abdel Fattah Al-Sisi ordenó la masacre de cientos de manifestantes que expresaban su apoyo a los Hermanos.

En Libia, las manifestaciones de todo el país fueron recibidas con violencia, lo que llevó a los manifestantes a armarse para protegerse y después a formar grupos militantes, marcando el comienzo de una guerra civil. En marzo de 2011, una coalición de la OTAN intervino en Libia para tratar de poner fin al conflicto. Aunque la muerte del antiguo jefe de Estado, Muammar Ghaddafi, en octubre puso un fin oficial a la revolución, el país se sumió en el caos, ya que surgieron gobiernos rivales en el este y el oeste, además de los atentados de los militantes del Daesh. A día de hoy, Libia lucha por unificar a sus numerosas facciones y grupos, y se siguen produciendo ataques violentos en el país.

En Yemen las manifestaciones también estallaron en 2011; decenas de miles de personas protestaron contra el gobierno del presidente Ali Abullah Saleh. Tras la dimisión de Saleh, se celebraron unas elecciones en 2012 que ganó el único candidato, Abdrabbuh Mansur Hadi. Sin embargo, el influyente grupo hutí del norte boicoteó las elecciones, sentando las bases de la guerra civil que empezaría unos tres años después. El conflicto de Yemen se ha convertido en la peor crisis humanitaria del planeta.

En Siria, las protestas pacíficas en 2011 pidiendo reformas y cambios fueron recibidas con una violencia sin precedentes por parte del gobierno del presidente Bashar Al-Assad, y la revolución se convirtió rápidamente en una guerra civil. Las fuerzas iraníes y la milicia libanesa de Hezbolá entraron en el conflicto apoyando al régimen de Assad. Aunque en los primeros años los grupos de la oposición se hicieron con gran parte del país, la llegada del Daesh complicó la situación, ya que se formó una coalición internacional que realizó una operación contra los militantes en Siria e Irak. En 2015, Rusia entró en el conflicto en el bando del gobierno sirio, recuperando franjas de territorio de la oposición. Hasta la fecha, unas 500.000 personas han sido asesinadas y hay millones de desplazados.

En Bahréin, las fuerzas del gobierno pusieron fin a meses enteros de protestas en una represión que dejó más de 80 muertos y miles de detenidos. En otros países de la región se produjeron manifestaciones a menor escala, obligando a sus gobiernos a hacer cambios políticos y así apaciguar a los manifestantes, pero lejos del cambio de sistema que exigían.

Unos ocho años después, el pueblo del mundo árabe se enfrenta básicamente a los mismos problemas contra los que se levantó al principio, siendo rampantes la dificultad económica y la supresión política. Incluso en Túnez, el hogar de la revolución, el gobierno ha tenido difícil el superar la división política; el gabinete se reorganiza regularmente con la constante lista de ministros que renuncian o son despedidos.

A pesar de todo, Mohammed Bouazizi se ha convertido en un símbolo de esperanza y fuerza para las gentes de la región. El recuerdo de su sacrificio vive en sus intentos por lograr un cambio a mejor.

Las opiniones expresadas en este artículo pertenecen a su autor y no reflejan necesariamente la política editorial de Monitor de Oriente.

 

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