A medida que el año acaba y empieza uno nuevo, resulta evidente que Sudán está sumido en la peor crisis económica y política que ha experimentado jamás durante su independencia. Incluso aunque se produzca una mejora inesperada de su suerte económica, mi predicción de que el 2018 sería un año decisivo para el país ha terminado, por desgracia, en una situación miserable en la que docenas de manifestantes han sido asesinados, cientos, heridos, y otros cientos, encarcelados.
El pueblo sudanés, paciente y resiliente, tan a menudo alabado por su propio gobierno, no parece estar dispuesto a seguir esperando mientras que todas las facetas de la vida cotidiana sudanesa empeoran debido a las condiciones económicas. Las gigantescas colas que se forman para servicios básicos como el pan, el combustible o el dinero en efectivo han hecho que el público sudanés se ponga en contra de su gobierno y busque una alternativa viable.
Es pronto para saber si conseguirán su objetivo de expulsar al gobierno del presidente Omar Al-Bashir, que lleva 29 años en el poder. Sin embargo, incluso aunque sean ciertas las afirmaciones de que ciertos elementos exteriores - como Israel o la facción de Abdul Wahid de Darfur del Movimiento de Liberación Sudanés - están tratando de sabotear el orden público y generar caos; incluso si el embargo de Occidente ha causado los problemas económicos, las “excusas” del gobierno con las que culpa a todo el mundo menos a sí mismo por sus problemas han acabado por carecer totalmente de credibilidad y enfadar a la gente.
La aparición de sindicatos profesionales en apoyo a las huelgas y parones generales ha hecho aumentar la presión a la que está sometido el presidente para que dimita. Irónicamente, muchos de los manifestantes con los que he hablado esperan internacionalizar el problema para obligar a “elementos” extranjeros de la comunidad internacional a intervenir. Muchos prometen seguir con las protestas durante el nuevo año; desafiantes, dicen que continuarán “hasta que el gas lacrimógeno y la munición” se acaben y las fuerzas de seguridad acaben por unirse en solidaridad con el pueblo en contra del interés del gobierno al que se les ha ordenado proteger.
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Los rumores de que el presidente podría presentarse a otro mandato en 2020 y sobre la determinación del gobierno a no retrasar las próximas elecciones ha planteado la duda de si el presidente Al-Bashir podrá mantenerse en el poder tanto tiempo. La decisión de cambiar el artículo 57 de la Constitución y permitir los mandatos presidenciales ilimitados ha enfurecido a muchos y alienado a aún más. La orden de detención emitida por la Corte Penal Internacional (CPI) contra Al-Bashir por sus crímenes de guerra se considera ahora como la principal razón por la que el presidente quiere aferrarse al poder; para evitar ser procesado. Puede que la idea de que él es el “hombre más apropiado” para sacar adelante al país tenga apoyo en algunos círculos políticos reducidos, pero parece que el deseo del pueblo sudanés de extender sus 30 años de mandato no existe.
Sin embargo, sería un error pensar que todo el pueblo sudanés se opone al gobierno de Al-Bashir. Hay que reconocer que, mayoritariamente, el gobierno ha permitido a los manifestantes ejercitar su derecho democrático a protestar y no ha declarado el estado de emergencia en todo el país. Sin embargo, aquellos familiarizados con sus asuntos internos y que han servido lealmente a su pueblo, partido y presidente esperan - contra toda esperanza - que la situación vaya a mejor. Admiten tímidamente que al gobierno se le han acabado las ideas, y se han convertido en meros espectadores de la “ruleta del infortunio” que gira descontrolada mientras la desesperación económica crece constantemente.
Para algunos, existe una gran indignación por los conspiradores extranjeros en contra de Sudán y, sin duda, parte de eso es cierto, pero la mayoría son lo suficientemente sinceros como para admitir que el sueño del Gobierno de Salvación Nacional que llegó al poder bajo una ola de optimismo y euforia en 1989 - con la esperanza de un Sudán resistente e islámico - prácticamente ha muerto. Los lugartenientes fieles del gobierno ya no hablan con confianza; más bien afirman directamente que el fin está cerca.
Sin duda, ha sido un mal año para Sudán y uno desastroso para los sudaneses. Podemos estar seguros de que las calles seguirán llenas de multitudes protestando entre las que resonarán gritos de “el pueblo quiere la expulsión del régimen”. Sudán se está metiendo en territorio desconocido. Desde el levantamiento popular de 1964, conocido como la “Revolución de Octubre”, nunca había sido el pueblo y no el ejército el que había liderado la exigencia de un cambio.
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El gobierno actual está intentando escapar de los malos augurios que desembocaron en la expulsión del régimen de Abbud. El 25 de octubre de 1964, el Frente Nacional de Profesionales - que incluía a personal universitario, profesores, jueces, abogados, ingenieros y médicos - y el Frente Nacional de Partidos Políticos - incluidos el Partido Ummah, el Partido Nacional Umma (NUP), el Partido Comunista y los Hermanos Musulmanes - se unieron al liderazgo de la campaña, formando una única organización: el Frente Unido.
En cuestión de días, el Frente Unido creó un gobierno de transición y Abbud, el asediado presidente, acabó cediendo a la presión y dimitiendo. Entonces y ahora, el gobierno de aquella época y el gobierno presente intentaron mitigar la frustración de los manifestantes prometiendo grandes reformas. Sin embargo, como en 1964 y tal y como está el país a finales de 2018, resulta cada vez más difícil predecir una situación en la que se pueda ignorar la voluntad del pueblo.
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