En sus primeras oraciones, los musulmanes rezaban más en dirección a la mezquita de Al-Aqsa y a Jerusalén que a La Meca. Cuando el profeta Mohammed (la paz sea con Él) ascendió al cielo, lo hizo desde Al-Aqsa, no desde La Meca. Los musulmanes creen que la roca desde la que ascendió (Mi’raj) es la misma que se encuentra en el sótano de la Cúpula de la Mezquita de la Roca, en el complejo de Al-Aqsa. Los musulmanes se refieren al complejo como el Santuario Sagrado, y lo veneran como la tercera mezquita más sagrada del Islam.
Quienes aún pueden hacen un esfuerzo por visitar Jerusalén y rezar en los mágicos y silenciosos alrededores de Al-Aqsa. Escuchan el Athan, el llamado a la oración que suena a través del cielo de Jerusalén cinco veces al día, como lleva haciendo durante siglos. Los visitantes musulmanes disfrutan la ciudad vieja de Jerusalén, saborean hummus, falafel y kunafa y recorren siglos de historia. También visitan la Iglesia del Santo Sepulcro, un lugar sagrado para los cristianos de todo el mundo. También admiran el Muro de Buraq (el Muro Occidental), en el que los judíos rezan e insertan notas con sus oraciones y deseos.
Lo que también experimentan es la fuerza total de la ocupación militar que sufre toda la ciudad. Rápidamente, los visitantes toman consciencia de la presencia del ejército, de la policía y de los colonos ilegales. Ven el Muro de Separación - que separa a las comunidades palestinas - y los puntos de control en los que se humilla a los palestinos, y en los que muchos son echados para atrás, a menos que tengan un permiso del ocupante para entrar en su capital.
Las puertas de Al-Aqsa están vigiladas por fuerzas de seguridad israelíes que deciden quién entra y quién no. En una de mis visitas, uno de los guardias israelíes me exigió que demostrara que era musulmán leyendo varios versos del Corán. Me negué y le dije el nombre de mi abuelo, Mohammed. Nadie que no sea palestino puede explicar el dolor de tener que justificar su derecho a entrar libremente en uno de sus lugares sagrados a una marioneta del ocupante ilegal.
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Preguntad a un palestino de Jerusalén sobre la rutina diaria de la ocupación y sobre qué líneas rojas no puede cruzar Israel - todos estarían de acuerdo en que la línea roja es la Mezquita de Al-Aqsa. Por si era necesaria alguna prueba, esto quedó demostrado en el verano de 2017, cuando, tras un ataque contra las fuerzas de seguridad israelíes en una de las entradas a la mezquita, Israel cerró la mezquita e instaló puertas de seguridad en la entrada principal por la que acceden los fieles. Los palestinos se negaron a aceptar cualquier cambio en su acceso a la mezquita y protestaron con rezos pacíficos durante dos semanas, obligando al gobierno de Israel a retirar las puertas de seguridad y reinstalar el status quo que existía antes del cierre.
Israel trató de utilizar el ataque para cambiar el status quo que lleva en pie desde que la ciudad sagrada fue capturada desde Jordania en la Guerra de los Seis Días de 1967. El acuerdo firmado entonces, que se incluyó en el tratado de paz con Jordania, reconoce la custodia jordana del lugar sagrado y que el Waqf (la dotación islámica) supervisará el funcionamiento cotidiano de la mezquita. El acuerdo reconoce el derecho de los musulmanes a rezar en la mezquita y el de los no musulmanes, incluidos los judíos, a visitarla. Los visitantes no musulmanes solían recibir el permiso para entrar mediante un ticket del Waqf, pero esto se acabó al empezar la Segunda Intifada.
Mientras que los visitantes no judíos cumplen con las pautas del Waqf, los judíos realizan visitas no coordinadas - protegidos por las fuerzas de seguridad de Israel -, y lo hacen cada vez más número y de manera más frecuente. Algunos incluso han intentado romper las reglas realizando rezos o rituales no autorizados. Los palestinos consideran esto como una usurpación y una provocación. Las cifras de 2018 reflejan un número récord de 33.000 intrusiones de colonos, desde las 25.000 de 2017.
A menudo, los políticos israelíes forman parte de esta provocación. La acción más provocativa se produjo en 2001, cuando el entonces primer ministro de Israel, Ariel Sharon, entró en la mezquita protegido por sus fuerzas de seguridad. Esta visita contribuyó a hacer estallar la Segunda Intifada.
Mientras que Israel afirma que no hay intenciones de cambiar el status quo de Al-Aqsa, sus constantes incursiones en el complejo y el deseo de varios grupos extremistas de imponer una soberanía total sobre el lugar y reemplazar la mezquita con un templo judío cogen cada vez más ritmo. Grupos como los Fieles del Monte del Templo y el Instituto del Templo han desafiado la prohibición del gobierno israelí de permitir la entrada a judíos.
Una aplicación móvil que es parte de una exposición financiada por el gobierno israelí llamada “La Experiencia del Muro Occidental” hace desaparecer a la Cúpula de la Roca y la reemplaza con una imagen del Templo Judío cuando la app señala el complejo de Al-Aqsa. Esto permite a los visitantes “posar para una foto de recuerdo” en un paisaje imaginario en el que los lugares sagrados musulmanes han sido destruidos.
Esta intención de construir el Templo Judío en el lugar de Al-Aqsa tiene partidarios de alto nivel; no sólo en Israel, también en Estados Unidos. El embajador estadounidense en Israel, David Friedman, fue fotografiado sonriendo detrás de un póster que mostraba el mismo reemplazo propuesto.
Mientras tanto, los empleados del Waqf jordano sufren intimidaciones, detenciones y se les prohíbe entrar en el lugar, al igual que los hombres y mujeres que se comprometen a ser “protectores” del sitio sagrado.
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Sú último enfrentamiento con las fuerzas de seguridad israelíes se produjo cuando estas últimas intentaron impedir que un agente de policía israelí que llevaba puesta una kipá entrara en la mezquita. Las fuerzas de Israel sitiaron la Cúpula de la Mezquita de la Roca y se produjeron enfrentamientos durante horas, hasta que las fuerzas ocupantes se retiraron.
El gobierno de Israel y varios grupos extremistas han sido reforzados por el gobierno de Trump, que afirma estar desarrollando el “Acuerdo del Siglo” para resolver el conflicto, pero, en realidad, se impondrá lo que dicte el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu. Dos casos que lo demuestran son la decisión de Trump de reconocer a Jerusalén como la capital de Israel y su retirada de la UNESCO, que se atrevió a confirmar el estatus de Jerusalén como ciudad ocupada y declaró la soberanía de Israel como ‘nula y vacía’.
Israel está jugando con fuego en muchas de sus políticas en Israel, pero sobre todo en sus intentos de cambiar el status quo de la Mezquita de Al-Aqsa. El sitio musulmán sagrado está en grave peligro. No es una exageración. Israel dividió la Mezquita de Ibrahimi (Tumba de los Patriarcas) en Hebrón, en la Cisjordania ocupada, tras el ataque terrorista contra fieles musulmanes en 1994. Puede que sus líderes extremistas estén convirtiendo un conflicto político en uno religioso.
Esto se suma a la falta de esperanza por una resolución política, y podría hacer aumentar la violencia. A medida que Israel se acerca a sus elecciones de abril, Netanyahu podría atacar a la sitiada Franja de Gaza o a Líbano para impulsar su popularidad. Puede que también elija imponer una mayor presencia israelí en el complejo de Al-Aqsa. Al fin y al cabo, advirtió que los ciudadanos palestinos de Israel acudirían a las urnas ‘en masa’ en las últimas elecciones para hacer que sus partidarios salieran a votar.
Quienes desean la paz en Tierra Santa deben plantar cara a Israel y dejar claro que no puede proclamarse como un país democrático que protege la libertad de culto mientras pretende cambiar el status quo de la mezquita más sagrada del pueblo palestino.
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