El ‘Estado de Palestina’ ha recibido oficialmente la presidencia del G-77, el mayor bloque de las Naciones Unidos. Esto es particularmente significativo si tenemos en cuenta el implacable complot de Israel y Estados Unidos para frustrar la intención palestina de conseguir un mayor reconocimiento y legitimidad internacionales.
Ahora es concluyente que la principal misión de la antigua embajadora de los EEUU en la ONU, Nikki Haley, fue un fracaso absoluto.
Cuando Haley dio su infame discurso ante el lobby pro-Israel, AIPAC, en marzo de 2017 - declarándose como la ‘nueva shérif de la ciudad’ en nombre de Israel -, los diseños israelí-estadounidenses quedaron aún más claros: Estados Unidos no volvería a esconder su defensa de Israel en la ONU, como había hecho la administración de Obama en diciembre de 2016.
En retrospectiva, las tácticas de Haley - lenguaje agresivo, amenazas contantes y acoso político - no llegaron a nada. Su breve estancia de dos años en la ONU sólo ha conseguido, una vez más, acentuar el poder e influencia de EEUU en el panorama internacional.
En lugar de aislar a los palestinos, Estados Unidos acabó aislándose junto a Israel. Incapaz de lograr ningún ‘triunfo’ tangible en favor de Israel, una frustrada administración estadounidense cumplió sus amenazas y se retiró de importantes organismos de la ONU como la UNESCO, el Consejo de Derechos Humanos y otros. De este modo, Estados Unidos ha desmantelado de manera imprudente el orden internacional que ayudó a crear tras la II Guerra Mundial.
Por otra parte, la Autoridad Palestina ha aprovechado al máximo el cambio aparente del orden mundial. Ser votado como país presidente del G77 - que contiene a 134 países del Sur en un orden económico masivo - es un acontecimiento extraordinario.
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Pero, ¿qué significa esto para el deseo de Palestina de ser un Estado?
La AP parece estar operando en dos esferas políticas separadas y a menudo contradictorias.
Por un lado, está cooperando totalmente con Israel en su ‘coordinación de seguridad’, a veces ejerciendo como la policía israelí en la Cisjordania ocupada. Su constante represión contra los disidentes palestinos y su monopolización de la toma de decisiones en Palestina han supuesto obstáculos importantes para el pueblo palestino en su lucha por la justicia, la libertad y sus derechos.
Por otro, la AP ha seguido un camino determinado hacia el reconocimiento internacional, empezando por su exitoso intento de obtener un estatus de observador no-miembro para el Estado de Palestina en noviembre de 2012.
Ese acontecimiento trascendental, que se produjo a pesar del rechazo y las protestas de EEUU e Israel, abrió la puerta a Palestina para unirse a varias organizaciones de la ONU, como la Corte Penal Internacional.
Palestina aún no ha conseguido un estatus de miembro total en la ONU, un objetivo que se está renovando actualmente. Sin embargo, desde agosto de 2015, la bandera de Palestina ondea en las instalaciones de la ONU, junto a las de las otras 193 naciones.
Así que, ¿cómo reconciliarse con estas dos realidades?
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El apoyo internacional que está recibiendo Palestina en la ONU es resultado de la solidaridad y simpatía que existe hacia el pueblo palestino y su lucha justa por los derechos humanos y la independencia. Ha precedido a la Autoridad Palestina por décadas, y seguirá ahí en los años futuros.
Sin embargo, la AP ha traducido con tacto este apoyo y validación internacionales en activos políticos entre los palestinos en el país.
Efectivamente, gran parte del apoyo que reciben de los palestinos la AP y su principal partido, Fatah, está motivado por la siguiente lógica: cada ‘victoria’ diplomática simbólica que consigue la AP va seguida de grandes celebraciones en Ramalá e intensos discursos sobre la inminente libertad y el futuro como Estado.
Pero, por supuesto, la libertad sigue siendo difícil de alcanzar, en parte porque la AP no ha desarrollado una estrategia real para resistir a la ocupación militar y colonización de Israel. Su determinación y vigor por el reconocimiento internacional se yuxtaponen con un enorme desinterés por desarrollar una estrategia nacional unificada en la propia Palestina.
Esto apuna a una conclusión clara: la estrategia de la AP se centra meramente en la supervivencia de la AP como aparato político y en la ‘independencia palestina’ dentro de una esfera diplomática inmaterial, sin ninguna prueba tangible de esa ‘independencia’ en el terreno.
¿De qué otra manera se puede explicar la lucha, en nombre de Palestina y de quienes sufren en Gaza, que mantienen el presidente de la AP, Mahmoud Abbas, y su embajador en la ONU, Riad al-Maliki, mientras que la AP continúa reteniendo los salarios de los palestinos sitiados en la Franja de Gaza?
La triste realidad es que la lucha por el reconocimiento de Palestina en la ONU es, en esencia, una batalla para que Abbas y su Autoridad sigan siendo relevantes y solventes en un nuevo orden político internacional.
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Mientras tanto, para los palestinos, los triunfos diplomáticos de Abbas representan las proverbiales inyecciones de morfina a las que es sujeta la vena colectiva de un pueblo ocupado y reprimido, desesperado por encontrar un rayo de esperanza.
Según la Federación General de Sindicatos Palestinos, la pobreza en la Franja de Gaza ha excedido el 80%, junto a una tasa de paro del 54,9%. Cisjordania también sufre, con los colonos judíos violentos y el ejército israelí aterrorizando a la población palestina de allí. Miles de hombres y mujeres palestinas languidecen en las cárceles israelíes, cientos de ellos encarcelados sin pasar por juicio.
No sólo la AP ha hecho poco o nada por hacer frente - o, al menos, tratar de invertir - esa realidad, sino que, en ocasiones, ha contribuido a ella. Curiosamente, el lamentable discurso político de la AP en Palestina contrasta con un lenguaje bien definido, articulado y valiente en el exterior.
“Acudiremos al Consejo de Seguridad para presentar nuestra solicitud” para obtener el estatus de miembro total de Palestina en la ONU, dijo el embajador palestino al-Maliki a la prensa el 15 de enero. “Sabemos que Estados Unidos nos vetará, pero eso no impedirá que presentemos la solicitud”.
Este es el quid de la estrategia de la AP en este momento. Consciente de que tiene poca legitimidad entre los ciudadanos palestinos, la AP está desesperada por encontrar una fuente alternativa de legitimidad fuera.
Aunque un mayor apoyo al ‘Estado de Palestina’ es una señal positiva que indica un cambio en el orden mundial, es, por desgracia, algo usado por el gobierno palestino para sostener su propia táctica política opresiva, inútil y corrupta.
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