Imagínese una región del Atlántico donde Canadá, México, Cuba y Venezuela se unieran para firmar un nuevo acuerdo histórico similar al TLCAN, que distribuye entre ellos las reservas de petróleo y gas natural frente a las costas de las Américas. Una alianza así sobre un área tan precaria para un recurso tan valioso no significaría nada más que el aislamiento de la extensa masa de tierra que es Estados Unidos. Imagínese además que la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) impusiera sanciones devastadoras en los Estados Unidos, paralizando su economía regional y asegurándose de que no tiene participación en ninguno de los vastos recursos que se han descubierto. ¿Esa hegemonia regional, que nunca deja que se le escape nada en su propia casa, dejaría pasar la situación y estaría dispuesta a aprobar el acuerdo sin dar una respuesta adecuada?
Tal es la situación con Turquía en el Mediterráneo oriental, su propia casa histórica y geográfica, que ahora enfrenta el aislamiento y la negligencia a manos de sus vecinos. Chipre, Grecia e Israel llegaron a un acuerdo en junio para construir un gasoducto aprovechando las reservas de gas natural frente a las costas del sur de la isla. Este gasoducto del Mediterráneo oriental, que se prevé que produzca unas ganancias de 9.000 millones de dólares durante dieciocho años, suministrará gas desde el Mediterráneo oriental a países de toda Europa.
Turquía puede que no esté en ningún puesto cercano a la potencia global de Estados Unidos, pero sin embargo se enorgullece de ser una potencia regional; un mediador en los conflictos de sus vecinos; un decisor geopolítico; y un país que es una fuerza a tener en cuenta. De hecho, es uno de los países más prominentes entre Europa y Oriente Medio, lo que lo convierte en el gigante financiero y geográfico de su vecindario, con una gran cantidad de influencia.
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No es de extrañar entonces que Turquía haya expresado su disgusto por haber sido excluida de tal acuerdo en la región, y haya enviado sus propios barcos de perforación a las aguas de la costa este de Chipre para explorar nuevas reservas de gas. La condena conjunta de esto por parte de la República de Chipre, Grecia y la Unión Europea no ha detenido a Turquía, y las sanciones que le impuso la Unión Europea a mediados de este mes solo han hecho que el gobierno de Ankara sea más firme. Cuando Turquía presentó a Chipre y a sus socios en el acuerdo una oferta para compartir los recursos y llegar a un acuerdo pacífico, Ankara fue rechazada.
Las acciones de Turquía a este respecto son, en última instancia, una manifestación de su cerco en los últimos años. Está siendo socavada por una gran cantidad de factores: la decisión de los Estados Unidos de respaldar y armar a las Unidades de Protección Popular kurdas (YPG), el principal enemigo de Turquía en Siria; el abandono general de Turquía en el norte de Siria por sus aliados dentro de la OTAN; y ahora la condena y las sanciones de Europa por lo que Turquía cree que es la protección de sus intereses vitales y la propuesta de compartir los recursos en el Mediterráneo. Agregue a eso el temor siempre presente de otro intento de golpe de Estado –después de las continuas réplicas del intento fallido de derrocar al gobierno en julio de 2016– y tendrá una Turquía muy preocupada por su posición en la región.
El problema aquí, por supuesto, no es que Turquía tenga relaciones tensas con Grecia y Chipre –que desde hace mucho tiempo ha sido una parte fundamental de la estrategia y las relaciones exteriores de Ankara– sino si este incidente es meramente una bravuconada por parte de Turquía y uno de sus muchos movimientos controvertidos, o incluso el preludio de un nuevo conflicto militar entre los agentes en el Mediterráneo oriental.
Desde la intervención de Turquía en Chipre en 1974 para proteger a la población turca de la isla en plena agitación política, ha habido un estancamiento en las negociaciones entre la República de Chipre en el sur y la República turca del norte de Chipre, con la amenaza siempre presente de nuevos conflictos militares. ¿Podría este nuevo acontecimiento en el Mediterráneo oriental, que no se parece a ningún otro antes en las relaciones turco-chipriotas, ser el catalizador de la temida renovación del conflicto?
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La semana pasada, el propio presidente turco Recep Tayyip Erdogan, anunció que, de ser necesario, las fuerzas armadas de Turquía iniciarían una operación similar a la de 1974 "por la vida y la seguridad de los turcochipriotas". El motivo de esa intervención, explicó, fue " para proteger los derechos e intereses de los turcochipriotas que son copropietarios de la isla".
La principal preocupación para Turquía en 1974 fue la representación política igualitaria para los turcos en Chipre, que a su vez fue una fuente de capital humano para los intereses geopolíticos de Ankara en la región. El factor principal actualmente está en igualdad de condiciones con eso, en términos de los vastos recursos energéticos que, si son ignorados por Turquía, contribuirían únicamente al consorcio del gasoducto del Mediterráneo oriental y los rivales regionales de Ankara.
Si bien es le favorece a Turquía obtener una participación en las reservas de energía alrededor de Chipre, también le favorece evitar una confrontación militar. No sería solo la República de Chipre con la que tendría que lidiar, sino también los Estados Unidos, la Unión Europea y posiblemente Grecia, Israel y Egipto, todos los cuales tienen una participación en las reservas.
Sin embargo, Turquía ya se ha preparado para un conflicto y ha reforzado su posición en Chipre al establecer una base militar y naval en el noreste de la isla, en coordinación con el gobierno del norte de Chipre. También ha implementado planes para la remodelación a largo plazo de la isla mediante la renovación de muchas áreas cerradas y "ciudades fantasmas" en la República Turca que fueron abandonadas después de la intervención de 1974.
A pesar de estas escaladas, Turquía continuará perforando sus propias reservas de energía en las aguas del Mediterráneo oriental; cualquier conflicto militar dependerá de las acciones de la República de Chipre y sus aliados. Mientras tanto, la disputa del Mediterráneo oriental seguirá siendo otro frente en el cerco político y diplomático de Turquía, similar al de su papel en el norte de Siria y sus tensas relaciones con los Estados Unidos.
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