El mundo recibió estupefacto la noticia la semana pasada de una mujer iraní que había decidido suicidarse tras conocer la sentencia que la condenaba a seis meses de cárcel por haber presenciado un partido de fútbol en un estadio, lo cual está prohibido para mujeres en la República islámica de Irán. Cuesta creer que un país con la tradición milenaria de los reyes persas de la antigüedad, su arquitectura impresionante y expresiones artísticas múltiples, todavía se cuestione si mujeres y hombres pueden compartir un espacio público sin causar desorden alguno, mucho menos atentar contra el conjunto de valores éticos y morales de una sociedad que tiene un rico legado tras de sí.
Más allá de si la mujer en cuestión, Sahar Jodayarí de 29 años, sufría algún tipo de trastorno psíquico, el hecho insoslayable es que la legislación vigente en el país niega la igualdad entre los géneros, algo que también viene siendo una exigencia de parte de muchas mujeres musulmanas, que recurren incluso a la interpretación del Corán para argumentar sus reivindicaciones.
Asimismo, el anuncio de las negociaciones en curso, más allá de marchas y contramarchas, entre líderes Talibán y la administración estadounidense encabezada por el Presidente Trump, renuevan el temor a que tras 18 largos años de soportar el impacto de lo que se denominó de forma grandilocuente “guerra global contra el terror “ y que si acaso lo único positivo que logró en Afganistán es alejar durante ese tiempo al movimiento Talibán del poder en Kabul, ahora regresen para imponer su particular visión de la sociedad, que comparada con otras naciones musulmanas, resulta a todas luces primitiva y tiránica. Ni el Corán ni las sagradas escrituras mencionan específica o metafóricamente que a las niñas y a las mujeres haya que negarles el derecho a la educación, la salud o la dignidad en el trato. Más bien lo contrario. Existen numerosos versículos y hadices del Profeta Mohamed que refieren al respeto, cuidado y protección que el hombre debe dispensar a la mujer.
Por otra parte, los crímenes de honor que siguen sucediendo en algunos países árabes y musulmanes, en los hechos encubren femicidios. Son asesinatos a sangre fría, por lo general de mujeres jóvenes, a manos de familiares directos, en un injustificado intento por limpiar el honor mancillado por la supuesta conducta indecente de la joven.
En época de la viralización de la información y los bulos, noticias como las anteriores no hacen sino aumentar el prejuicio y rechazo de buena parte de las sociedades occidentales, en las que se trabaja denodadamente desde distintos ámbitos para corregir inequidades entre los géneros, promulgando, por ejemplo, leyes correctivas que persiguen la discriminación y la falta de igualdad en la condición de la mujer.
Aun reconociendo que estos casos de flagrante injusticia y trato degradante de la mujer no son la norma sino la excepción, no es menos cierto que la condición de las féminas en varios países musulmanes dista de ser justa y alcanza situaciones críticas. Más allá del sensacionalismo que injustamente persiste en medios occidentales, es imperativo que los alfaquíes o jurisconsultos del Islam intenten consensuar una hermenéutica del Corán a la luz de las circunstancias del siglo XXI. Somos conscientes de la complejidad de tamaña empresa pues se trata de 54 naciones musulmanas con diversas escuelas de teología y visiones diferentes de la relación entre religión, política y sociedad. Así, mientras que hay ulemas ortodoxos que defienden una lectura literalista de las sagradas escrituras, otros más liberales argumentan que la polisemia de las palabras árabes del texto coránico permite distintas acepciones del término y por tanto, más de una interpretación.
El Islam, es sabido, otorgó derechos notables a la mujer de la sociedad beduina de la Arabia peninsular en el siglo VII de la era cristiana, cuando Europa transcurría la Edad Media entre tinieblas.
En la actualidad, las mujeres musulmanas estudian y se preparan, en ocasiones incluso más que los hombres, a tenor de la tasa de inscripción en algunas facultades del mundo musulmán donde el porcentaje de estudiantes mujeres supera al de varones. Por tanto estas mismas jóvenes son conscientes de sus derechos y son capaces de argumentar en pos de los mismos desde una perspectiva religiosa. Aquellos aferrados a un sistema de vida patriarcal o códigos de conducta que resultan anacrónicos en las circunstancias actuales y ante el avance de las nuevas tecnologías, harían bien en recapacitar si no están incurriendo en error al erigirse en jueces y verdugos. Se impone en las sociedades musulmanas un debate profundo sobre cómo avanzar hacia un mundo en el que hombres y mujeres puedan convivir y respetarse de acuerdo a los principios de su fe monoteísta, en la que el único capaz de juzgar sus actos es el Creador, sin el lastre de seguir depositando en la mujer la carga del honor familiar, o de segregar los sexos en el espacio público.
Las autoridades de los países antes mencionados y otros como Arabia Saudí, con gran ascendencia en el mundo suní en virtud de su papel de custodio y guardián de los lugares santos, harían bien en combatir, por todos los medios, prácticas discriminatorias y violatorias del código de la niñez, por ejemplo el matrimonio infantil, y en suma, de derechos humanos básicos como el derecho a la vida. Para ello es necesario alejarse del pretexto de la diferencia cultural o esgrimir la carta de la islamofobia, que sin duda existe y permea a la prensa occidental.
Tal como argumentó el pensador reformista indio Ali Ashgar Engineer (1934-2013) el significado del Corán se reveló de manera distinta en función de las diversas culturas y condiciones sociales. La interpretación del Libro no debe ser estática y por tanto los musulmanes de hoy día no deben renunciar a su derecho a comprender e interpretar el Corán según sus propias circunstancias, es decir, teniendo en cuenta las necesidades y objetivos económicos y sociales de nuestra época.
Naciones con una extraordinaria pujanza económica, que invierten ingentes cantidades de dinero para desarrollar una visión de futuro para sus sociedades, no debieran ser al mismo tiempo países donde se vulneren a diario principios básicos como la libertad de movimientos, el derecho a rechazar un pretendiente; por cierto, ¿qué pasó con la obligación contemplada en la sharia de solicitar el consentimiento previo de la novia? O a educarse. Son varios los hadices del Profeta Mohamed acerca del trato con las niñas y las mujeres. Por razones de espacio me permito reproducir aquí sólo un par que ejemplifican lo anterior.
Abu Huraira cuenta que Rasûlullâh dijo: "A una niña que se hace mujer se debe pedirle a ella misma autorización para casarse. Si permanece en silencio es que ha concedido la autorización; pero si ella se niega, no habrá obligación ninguna sobre ella" (extraído de la narración del erudito Sahih Muslim)
Bahz b. Hakim informó: "Yo le pregunté al Profeta (s.a.s.) sobre su enseñanza con respecto a la mujer y el Profeta (s.a.s.) me replicó: "Alimentadlas como os alimentáis a vosotros mismos, vestidlas como os vestís vosotros mismos y no la regañéis ni la golpeéis". (extraído de la obra del erudito Al Muntaquim al Hindi titulada Kanz al-Ummal)
En la medida en que las situaciones agraviantes sean meras anécdotas aisladas, las sociedades occidentales no tendrán otro remedio que apelar a criterios científicos para medir y evaluar lo que sucede en tierras del Islam. Sin duda el respeto debe ser la base de la relación bilateral entre todas las naciones, musulmanas y las que no lo son. Para ello, se impone que cada sociedad haga un mayor esfuerzo por comprender, que en ningún caso significa aceptar, a la otra. Nos referimos aquí a sociedades y no países por entender que tanto España como Inglaterra son ciertamente diferentes en muchas cuestiones pero en otras no. Es decir, la cultura que permea a ambas sigue siendo de base judeo-cristiana y están comprometidas con un modelo de sociedad que se ha de regir por leyes que garanticen los derechos de todos los ciudadanos, sin atisbo de discriminación por razones de etnia, género, religión u orientación sexual. En ese sentido, cuando una delegación oficial de un país musulmán visita otro donde mujeres y hombres ocupan cargos en igualdad de condiciones, tendrán que respetar no sólo que la mujer esté presente, sino que ésta participe activamente. En conclusión, así como los países occidentales deben abandonar el discurso exotizante y el paradigma de la racialización del colectivo musulmán, otras naciones musulmanas deberán dejar de escudarse en la supuesta diferencia cultural y religiosa para justificar la discriminación a la mitad de su población: las mujeres.
- Susana Mangana es profesora de estudios árabes e islámicos, dirige la cátedra de Islam en la Universidad Católica de Uruguay, residió durante años en Oriente Medio, habla árabe y estudia el mundo árabo-musulmán desde un enfoque multidisciplinar. Interesada en la cultura, sociedad y política de los árabes y musulmanes, viaja regularmente a la región e investiga sobre la presencia de este colectivo en Latinoamérica.