¿Por qué Estados Unidos defiende el libre mercado mientras hace todo lo posible por ahogarlo? La actual guerra económica entre Estados Unidos y China es un ejemplo perfecto de esta desconcertante cuestión.
El legado de Milton Friedman, el fundador de la economía política moderna de Estados Unidos, fue una representación de esta misma dicotomía: el uso, el mal uso y la manipulación del concepto de libre mercado. A través de la Escuela de Economía de Chicago, cuyos discípulos han resultado ser los más consecuentes en la formación del enfoque estadounidense de la política exterior, especialmente en Sudamérica, Milton defendió constantemente las virtudes del libre mercado, haciendo hincapié en un supuesto vínculo entre la libertad y el capitalismo, e insistiendo en que los gobiernos no deberían microgestionar los mercados.
Sin embargo, la teoría y la práctica son dos nociones diferentes que casi nunca coinciden. Los "Chicago Boys", economistas sudamericanos formados en su mayoría por el propio Friedman, fueron enviados en los años 70 y 80 a asesorar a algunas de las dictaduras más conocidas del continente sobre cómo gestionar sus economías. Defendían una economía de libre mercado selectiva que sólo parecía servir a los intereses de Estados Unidos y, en menor medida, a las clases dirigentes de varias naciones sudamericanas. Los baños de sangre que se produjeron en gran parte del continente durante esos años todavía pueden sentirse hasta hoy, desde Chile hasta Argentina y más allá.
Friedman murió en 2006, después de recibir elogios de su propio gobierno, así como del gobierno británico de Margaret Thatcher. Su supuesta sabiduría, sin embargo, sigue moldeando la mentalidad de los economistas estadounidenses de la corriente dominante hasta el día de hoy, permitiendo así que persista la dicotomía no resuelta: ¿cómo puede el gobierno estadounidense "mantenerse al margen" del libre mercado y, al mismo tiempo, intervenir para controlar este mismo mercado cuando los resultados no se ajustan a sus intereses?
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Contrariamente a la percepción común, la guerra económica con China no fue iniciada por la administración Trump cuando el entonces presidente estadounidense abofeteó una serie de aranceles a las exportaciones chinas a Estados Unidos, a partir de junio de 2018. Ha existido durante mucho más tiempo. Incluso la administración de Barack Obama, supuestamente más amigable, estuvo involucrada en esta guerra. Podríamos argumentar que el Pivot to Asia de Obama en 2012 fue una renovada declaración de guerra económica.
Cuando la actual administración de Washington declaró un importante "reset" en su política exterior, Joe Biden no vio la necesidad de comprometerse con China a través de vías diplomáticas amistosas. Las hostilidades continuaron simplemente porque este "conflicto" ha sido el statu quo ante durante décadas.
En abril, un impulso bipartidista en el Congreso de Estados Unidos elevó la temperatura de Pekín al vincular el historial de derechos humanos de este país con sus prácticas económicas, y propuso canalizar miles de millones de dólares en la economía estadounidense para, esencialmente, microgestionar el "libre mercado" a favor de Estados Unidos y desafiar el ascenso de China.El 25 de mayo, el presidente de la Comisión de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Gregory Meeks, presentó el proyecto de ley "Ensuring American Global Leadership and Engagement Act", de 470 páginas. Esta Ley EAGLE "aborda una serie de cuestiones, como el aumento de las inversiones para promover la fabricación estadounidense, el comercio, el trabajo con aliados y socios, la reincorporación a organizaciones internacionales y el reconocimiento del tratamiento de la minoría musulmana uigur de China como genocidio", informó Reuters.
El proyecto de ley avanzó tras una votación en el Senado dos días después y se espera que, una vez finalizado y convertido en ley, sirva como base legal y política de la guerra económica de Biden contra China. Al igual que las administraciones anteriores, Biden está motivado por la mentalidad de los Chicago Boys: un mercado libre que se adapte a los intereses de EEUU y la guerra económica cuando se desvíe de este objetivo.
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Uno de los aspectos más desconcertantes de la guerra económica entre EE.UU. y China es que ambos países son similares en términos de ambiciones económicas. En cierto modo, los chinos copiaron aspectos del modelo económico estadounidense de antaño. China es un país capitalista gestionado por un "Partido Comunista". La intervención del partido en la economía tiene una justificación ideológica y un discurso político únicos, pero se asemeja a la gestión de la economía estadounidense por parte del gobierno de ese país, especialmente en tiempos de crisis, como la recesión de 2008, por ejemplo.
Este "conflicto" no está motivado por una ideología o por la violación de los derechos humanos, sino por el hecho de que la economía china sigue disparándose, aumentando así su cuota de la generosidad económica mundial. Con un crecimiento del 18,3% en el primer trimestre de 2021 -el mayor salto del PIB desde 1992-, el impulso chino está eclipsando los resultados de las economías de Estados Unidos y sus aliados europeos. Al poder económico le sigue la influencia política, y China espera ahora reorganizar las alianzas mundiales, no sólo en Asia, África y Sudamérica, sino también en Europa.
Según muchos analistas de la corriente principal, como Stuart Anderson, que escribió en Forbes en junio del año pasado, la guerra económica de Trump contra China ha fracasado. Ese fracaso es el resultado directo de, como concluía Panos Mourdoukoutas, también en Forbes, "la falta de una dirección clara de lo que la parte estadounidense quiere de China." Esta falta de claridad sigue "dando ventaja a Pekín".
Los objetivos mal definidos de Estados Unidos en China siguen caracterizando también a la administración Biden. Ni siquiera el carísimo proyecto de ley del Congreso, una vez que se convierta en ley, podrá decirnos cuál es el objetivo final de Estados Unidos.
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