Las decisiones adoptadas por el presidente tunecino Kais Saied de destituir al gobierno, suspender el parlamento e imponer el toque de queda han suscitado largas discusiones y debates en diversas partes de la región y del mundo, especialmente en Egipto, que fue testigo hace ocho años de un golpe de Estado que consolidó los pilares de una dictadura militar que sigue vigente hasta hoy.
Quizá el más destacado de los debates que se están produciendo sobre Túnez es el relativo a los poderes constitucionales del presidente y a si le permiten adoptar este tipo de decisiones. Muchos liberales e izquierdistas en Egipto evitan la discusión de la política y las relaciones de poder, las clases y la crisis en Túnez y la restringen al marco constitucional, a pesar de la importancia de esta discusión por sí misma. Argumentan que el artículo 80 de la Constitución tunecina otorga al presidente los poderes para tomar este tipo de decisiones y, por lo tanto, lo ocurrido no podría considerarse un intento de golpe de Estado contra la democracia. Así, muchos apartan la mirada del contexto político de estas decisiones que ofrecen al presidente, como individuo, poderes dictatoriales, y siguen buscando en el aspecto puramente procedimental. Pero, antes que nada, si hubiera un artículo que consolida los poderes en manos del presidente, ¿cómo puede calificarse ese artículo como uno que defiende los derechos democráticos?
Otro debate se centra en el papel del ejército. Muchos argumentan también que lo ocurrido no fue un golpe de Estado, porque en los golpes de Estado suele surgir un papel decisivo para el ejército, como ocurrió en Egipto en 2013, por ejemplo. Pero no habría sido posible que Kais Saied tomara estas decisiones sin asegurarse el apoyo definitivo del ejército y los organismos de seguridad. ¿Cómo podrían entonces aplicarse esas decisiones si no estuvieran respaldadas por una fuerza que las hiciera cumplir sobre el terreno? El ejército estaba claramente presente en el escenario y, simultáneamente a las decisiones del presidente, sus tropas se desplegaron para sitiar el edificio del parlamento.
El problema más importante de estos debates y de otros es que están impulsados por el entusiasmo de deshacerse del partido islámico Ennahda, no a través de la lucha popular que desafía a los que están en el poder, incluido Kais Saied, y a la clase que se beneficia de las políticas económicas que causan tanto dolor a los tunecinos, sino acabando con el último aspecto que queda de las conquistas democráticas de la revolución tunecina. El problema de estos debates es que, al cumplir el deseo de deshacerse de los islamistas en el parlamento, no les importa volver a una autoridad absoluta en manos del presidente y cerrar esencialmente la puerta de la democracia, asumiendo que estas medidas extraordinarias de Kais Saied serían las últimas de su clase y que después el camino se llenaría de rosas para las fuerzas laicas.
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Esta misma idea predominaba en Egipto antes y después del golpe de julio de 2013. Lo que sucedió es ahora bien conocido por todos. El régimen comenzó con los Hermanos Musulmanes sólo como un inicio de campaña represiva sin precedentes para librar el panorama de cualquier oposición significativa. Esperamos de verdad que esta experiencia no se repita en Túnez.
En los últimos años, el pueblo tunecino ha sufrido enormemente. El desempleo alcanzó el 17,4% en el último trimestre del año pasado y la deuda pública se elevó a más del 70% del PIB. Las autoridades han aplicado una política económica que se basa en pedir préstamos al FMI y en aceptar ciegamente sus condiciones, aumentando así la carga sobre los hombros de los tunecinos. Esto sin mencionar los efectos devastadores y el fracaso en la contención de la pandemia de coronavirus y el impacto catastrófico que ha tenido. La política del partido Ennahda, su fracaso, su corrupción, su oportunismo y su regateo con los hombres del antiguo régimen han contribuido a alcanzar estas condiciones miserables.
Sin embargo, el intento de golpe de Estado contra la democracia no es una solución a estos problemas. Más bien, es una motivación principal para profundizarlos. Kais Saied no adoptará una política económica diferente. Ahora ofrecen el parlamento como chivo expiatorio de la crisis para que el pueblo dirija su ira sólo contra él, contra las elecciones y contra todo el proceso democrático.
Todavía no está claro si Kais Saied, que anunció desde su elección en 2019 que no era partidario de un sistema basado en los partidos políticos, complementará sus medidas y decisiones para atacar más conquistas democráticas, como el derecho a los sindicatos, y prohibir las manifestaciones, las sentadas, la libertad de expresión y las actividades de los partidos. La batalla aún no está resuelta, y todavía hay muchos ámbitos que pueden permitir la construcción de una estructura radicalmente alternativa que puede superar incluso la influencia del propio partido Ennahda.
Sin embargo, las posturas de las fuerzas de izquierda y laicistas tunecinas han sido mayoritariamente de apoyo o neutrales, llamando a la "adhesión a la legitimidad constitucional", tal y como se declaró en el comunicado de la Unión General de Trabajadores de Túnez, por ejemplo, sin una oposición clara o fuerte, aparte del Partido Comunista de los Trabajadores, que denunció el intento de golpe de Estado sin tomar ninguna medida práctica sobre el terreno.
El silencio ante estas medidas que se vuelven contra las conquistas democráticas significa allanar el camino para más golpes contra la arena política tunecina y significa que el futuro puede traer consigo movimientos similares contra los medios de comunicación y los partidos, y quizás los sindicatos, y otros. Sin embargo, lo que es peor que todo esto es la ausencia, o el silencio, o el fracaso, de la izquierda -sobre todo del movimiento Ennahda- en la batalla por la democracia, sin ofrecer una alternativa real y tangible para construir un puente entre la lucha por preservar las conquistas democráticas y la lucha por conseguir las demandas económicas y sociales del pueblo tunecino.
Esta declaración se publicó por primera vez en árabe el 2 de agosto
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