Ha pasado un año y el Líbano sigue sin gobierno. Una semana parece un año, y un año parece un recordatorio constante de los problemas que el Líbano arrastra desde hace décadas. Es decir, el fracaso político de quienes se encargan de dirigir un país a pesar de ser incapaces de ponerse de acuerdo en algo tan fundamental como un gabinete, y mucho menos de alimentar a la propia población a la que supuestamente sirven.
El Líbano no sólo ha tenido que lidiar con las implicaciones de la pandemia mundial que agrava la crisis financiera y el sistema de salud que ya funciona a duras penas, sino que se enfrentó a esto sólo meses después de la devastadora explosión del puerto de Beirut. Además de todo esto, hemos sido maldecidos con una clase política incompetente que no es capaz de dejar de lado sus rivalidades sectarias y sus tendencias de acaparamiento de poder para formar un gobierno estable, democrático y legítimo.
Los medios de comunicación afirman que el Líbano está a punto de convertirse en un Estado fallido, cuyas últimas etapas son la incapacidad de ejercer la autoridad sobre su pueblo y la ruptura de las instituciones de gobierno. Todavía no estamos ahí. Sin embargo, si el sistema político sigue acosado por las luchas sectarias internas, por la corrupción que representa la podredumbre en el corazón del sistema y por la ausencia total de acciones positivas y de cambio, cumpliremos esa profecía.
La reforma simplemente no es suficiente y los intereses creados de la clase política hacen que sea casi imposible promulgar el cambio, como ha demostrado el año pasado.
A pesar de enfrentarse a la ruina económica total, los políticos libaneses han fracasado repetidamente en la aplicación de las reformas imperativas que el FMI y otros donantes internacionales han exigido. La disfunción del sistema no puede ser más cruda: el pueblo sufre, pero la élite se niega a aliviar su dolor.
Así, mientras sus políticos siguen preocupados por las disputas, el pueblo libanés se enfrenta a una crisis económica sin precedentes. El mayor puerto del Líbano está fuera de servicio y se necesitan miles de millones de dólares para restaurar el centro de Beirut, además del impacto de la pandemia. Sin gobierno, el Líbano sigue atrapado en un sistema sectario, dirigido por élites amorales. Sin embargo, ¿qué incentivo hay para establecer un gobierno no sectario si el propio partido, y además uno mismo, se arriesga a perder el poder? La respuesta es ninguna.
Los que sufren son la mayoría impotente. La misma mayoría impotente que se ve afectada de forma sistemática, desproporcionada y negativa por las decisiones, o la falta de ellas, de quienes ejercen el poder que puede acabar con su sufrimiento.
Ya es suficiente. El año pasado ha demostrado que el Líbano necesita una nueva generación de líderes. Líderes que no estén atados al viejo sistema sectario que ha causado tanto sufrimiento. Líderes que no estén arraigados en una corrupción inquebrantable. Líderes que no estén en deuda con organizaciones terroristas. Líderes que compartan una visión del Líbano como un miembro neutral y constructivo de la comunidad internacional, y no uno que dependa de su caridad.
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Afortunadamente, gracias a movimientos como Sawa Li Lubnan, el Líbano tiene la oportunidad de un futuro brillante y próspero. Sawa Li Lubnan promueve activamente y se presenta con una candidatura basada en la formación de un gobierno sin sectas, respaldado por una constitución aconfesional en la que un principio básico es la responsabilidad. Comparto su visión de crear un Líbano en el que todos -independientemente de quiénes sean o dónde hayan nacido- tengan la oportunidad de ser escuchados, y además insistan en ello.
Esta es la mejor esperanza que tenemos para empezar a abordar los problemas económicos a los que nos enfrentamos para construir un nuevo Líbano para nosotros y las generaciones futuras.
Las próximas elecciones serán las más críticas de la historia del Líbano. Si hemos aprendido algo en los últimos 12 meses, es que no debemos rendirnos y debemos estar preparados para votar por el cambio que librará al Líbano de esta clase política corrupta. Pueden quitarnos todo, pero lo que no podemos dejar que nos quiten es la esperanza de que podemos traer el cambio.
Este último año ha demostrado al pueblo libanés y al mundo por qué es tan vital una reestructuración a gran escala. Sólo espero que se produzca antes de que sea demasiado tarde, y que el pueblo libanés no tenga que esperar más tiempo por el sistema que se merece; uno que funcione en su interés y no en el de un grupo de inútiles que parecen estar decididos a poner a nuestra nación de rodillas. Retrasar el cambio causará un daño de generaciones, un daño que no podemos permitirnos.
Con el futuro del Líbano en juego, los políticos deben dejar por fin de lado los intereses sectarios y partidistas. El Líbano necesita un sistema que dé a todos la oportunidad de ser escuchados.
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