Israel está despertando por fin ante la cruda realidad de que no puede seguir con sus eternas guerras en Gaza. Este fue el mensaje crítico del ministro de Asuntos Exteriores, Yair Lapid, cuando habló en una conferencia en la Universidad Reichman de Herzliya el pasado fin de semana: "El Estado de Israel tiene el deber de decir a sus ciudadanos que hemos movido todas las piedras para tratar de resolver la cuestión de Gaza".
Tras 15 años de bloqueo implacable y cuatro guerras destructivas, Gaza sigue siendo indomable. La sensación de desesperanza de Lapid no carece de precedentes. En 1992, el ex primer ministro Yitzhak Rabin se lamentó célebremente: "Intenta devolvérsela a los egipcios y te dirán: 'Te quedas con ella'". Luego añadió: "Me gustaría que la Franja de Gaza se hundiera en el agua, pero no puedo encontrar para ella esa solución".
La solución de Lapid, que pretende presentar al gabinete israelí, es igualmente caprichosa. Quiere que apoyen su política de "economía a cambio de seguridad", que pondría fin al ciclo de confrontación y crearía estabilidad a ambos lados de la frontera.
Incluso si el gobierno israelí adopta el plan en su forma actual, o con enmiendas, es casi seguro que no servirá de nada. Los palestinos han tenido su buena ración de políticas renovadas y fallidas. Uno de los ejemplos más recientes fue el plan de "paz a través de la prosperidad" propuesto por el ex primer ministro británico Tony Blair.
Como era de esperar, Gaza no estaba destinada a esta prosperidad. El enclave acababa de caer bajo el control de Hamás cuando Blair asumió su cargo de enviado del Cuarteto Internacional en Palestina. Sugirió que toda la ayuda internacional se destinara a la Autoridad Palestina (AP) en Cisjordania. El plan consistía en transformar Cisjordania en "un oasis de prosperidad y estabilidad", mientras se dejaba que Gaza cayera en la miseria y la pobreza.
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Con ello, los arquitectos de esta política esperaban no sólo debilitar y derrotar a Hamás, sino también ilustrar a la población de Gaza lo que podía ganar si elegía el camino de la "moderación" en lugar del "extremismo".
Dos años después de que el Sr. Blair dejara su cargo como enviado del Cuarteto, un informe de la UNCTAD de 2017 hablaba de un subdesarrollo absoluto, de la supresión del potencial humano y de la negación del derecho humano básico al desarrollo tanto en Cisjordania como en la Franja de Gaza.
Confirmaba que la tasa de desempleo en los territorios palestinos ocupados era persistentemente una de las más altas del mundo. En 2016 era del 18% en Cisjordania y del 42% en Gaza.
También en ese año, 2016, las importaciones palestinas procedentes de Israel superaron a las exportaciones a Israel en 2.600 millones de dólares, sin embargo, en un momento en que era posible para Palestina obtener importaciones de fuentes más baratas y competitivas en todo el mundo. No podían hacerlo porque estaban, y siguen estando, atrapados por el notoriamente explotador Protocolo de París de 1994.Para cuando el Sr. Blair estaba listo para dejar su cargo en 2015, el 26% del presupuesto anual de la AP se gastaba en seguridad, mientras que sólo el 16% se destinaba a la educación, el 9% a la salud y el 1% a la agricultura.
Como era de esperar, es imposible lograr ni la paz ni la prosperidad cuando el 60% de Cisjordania (Área C) está bajo control israelí y se niega a los palestinos. La mayoría de los recursos de Cisjordania se encuentran en esta zona, que tiene el potencial de proporcionar puestos de trabajo en muchos sectores, desde la agricultura hasta el turismo, la construcción y la minería.
De hecho, es precisamente a causa de la ocupación que sólo se utiliza el 21% de la tierra cultivable en los Balcanes Occidentales, mientras que el 93% de la tierra cultivada no se riega.
Incluso según las estimaciones más conservadoras, el FMI ha calculado que si no existiera la ocupación, el PIB real per cápita en el territorio palestino ocupado sería actualmente casi un 40% mayor. Otras estimaciones sugieren que podría ser un 83% mayor.
El resultado de todo esto es que la ocupación militar es antitética al desarrollo; ni siquiera con las mejores intenciones y buena voluntad. No obstante, no debería sorprender que el plan de "economía a cambio de seguridad" de Lapid sea respaldado en algunas capitales regionales. El Eje de la Normalización, por sus propias razones, estará en primera línea para hacerlo.
Quizá el único resquicio de esperanza en este oscuro horizonte sea que hay voces sensatas y valientes en Gaza que ya han descartado el plan. Para ellos, el desarrollo sigue siendo un derecho y no un privilegio. La ocupación no es un derecho; es una opción que sólo conduce al sufrimiento humano y a la degradación.
Si Israel quiere realmente poner fin a sus eternas guerras en Gaza, debe hacer lo correcto. En lugar de reciclar fórmulas desacreditadas y engañosas, debería primero poner fin a su ocupación y permitir a los palestinos ejercer todos sus derechos nacionales reconocidos internacionalmente.
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