Diez meses después de la toma de posesión de la administración Biden, Turquía ha comenzado a restablecer sus relaciones con los principales aliados de Estados Unidos en Oriente Medio. Entre ellos se encuentran Israel, Egipto y Arabia Saudí. También ha comenzado a buscar un papel para sí misma en el Afganistán posterior a la retirada. Sin embargo, la administración Biden sigue siendo reacia a llegar a un acuerdo con Turquía en una serie de cuestiones.
A pesar de las advertencias de Estados Unidos y otros aliados de la OTAN, en 2017 el presidente turco Recep Tayyip Erdogan firmó un acuerdo por valor de 2.500 millones de dólares con el presidente ruso Vladimir Putin para la entrega del sistema de defensa antimisiles S-400 de Moscú. En agosto de este año, el presidente Joe Biden anunció que Estados Unidos estaba dispuesto a mantener la Ley para Contrarrestar a los Adversarios de Estados Unidos mediante Sanciones (CAATSA) contra Turquía después de que ésta siguiera adelante con la compra de los misiles S-400.
Tras la aplicación de las sanciones, Turquía recurrió a Rusia como fuente para reforzar sus capacidades estratégicas. Moscú consideró a Ankara como un activo regional para aumentar su propia autoridad e influencia en el Mediterráneo oriental.
Turquía también está descontenta porque, a pesar de ser ambos miembros de la OTAN, Estados Unidos ha optado por no apoyar a Ankara en su lucha contra las organizaciones terroristas, ya que considera que Washington respalda a los grupos proscritos que cometen atentados en su territorio. Ankara acusa a Estados Unidos de colaborar con las Unidades de Protección Popular (YPG) en el norte de Siria, un grupo que sostiene que está afiliado al proscrito Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK).
Además, el año pasado, los senadores estadounidenses anunciaron un proyecto de ley que amplía las sanciones a los gasoductos rusos Nord Stream 2 y Turkish Stream y apunta a los proyectos que, según Washington, impulsarán la influencia económica y política de Moscú en Alemania y otros países europeos.
Estos dos factores han empeorado significativamente durante la era Biden, empujando a Turquía a cooperar más con Rusia, a pesar de que Putin no es el aliado de confianza de Ankara; especialmente en Siria. De hecho, Turquía ha acusado repetidamente a Rusia de violar el acuerdo de alto el fuego de Sochi en Siria.
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A pesar de estas importantes diferencias, tanto Moscú como Ankara se cuidan de no permitir que las divergencias geopolíticas pongan en peligro su comercio bilateral. Turquía ha seguido reforzando sus vínculos económicos con Rusia, más que con Estados Unidos. Turquía depende en gran medida de las exportaciones de gas ruso y millones de turistas rusos aportan valiosas divisas al país. Al mismo tiempo, Turquía se ha convertido en uno de los principales exportadores de productos agrícolas y textiles a Rusia.
Turquía es también un miembro importante de la OTAN y alberga bases militares esenciales de la OTAN, además de ser un socio en la llamada "guerra contra el terror" y una línea de defensa contra las amenazas en Oriente Medio. Sin embargo, Estados Unidos ha aplicado sanciones CAATSA a su socio de la OTAN, Turquía, pero no a India, que también ha adquirido el potente sistema ruso de defensa antimisiles. Este tipo de políticas injustas no dejan a Turquía otra alternativa que comprometerse con Rusia, especialmente en la lucha contra el terrorismo en Siria y la coordinación de las políticas energéticas.
Durante una entrevista con el New York Times el 16 de diciembre de 2019, Biden expresó la necesidad de apoyar a un nuevo líder para Turquía. "Lo que creo que deberíamos hacer es adoptar un enfoque muy diferente a él ahora, dejando claro que apoyamos el liderazgo de la oposición", dijo.
Ahora existe una creciente percepción de que Biden ha adoptado una postura hostil hacia el gobierno de Erdogan debido a sus antecedentes islamistas. Evidentemente, el gobierno de Biden debería reconocer que Turquía no es una sociedad de clanes sino una democracia madura. Por lo tanto, si Estados Unidos pretende mantener unas relaciones sólidas con Ankara como aliado de la OTAN, y como parte de su política en Oriente Medio, debe abandonar su "diplomacia de las sanciones" y ver reconocer que Turquía es un aliado democrático avanzado con una población de nada menos que 86 millones de personas.
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