"¿Podría colapsar la economía china?" era el título de un artículo publicado el 15 de octubre por la revista QUARTZ. El artículo plantea un caso ominoso de un colapso económico en China y su impacto en la economía china y mundial.
Se trata de uno de los numerosos informes que han aparecido en las últimas semanas en los principales medios de comunicación occidentales, todos ellos motivados por los indicadores económicos publicados recientemente que apuntan a un crecimiento menor de lo esperado en diversos sectores de la economía china, especialmente en el ámbito de la construcción.
Es comprensible que la volatilidad de los mercados mundiales pueda instigar una preocupación inmediata entre los economistas de todo el mundo, especialmente cuando la producción económica de un país del tamaño de China -la economía de mayor crecimiento global y la segunda más grande del mundo- se estanca, aunque sea brevemente.
Lo que resulta desconcertante es cómo una desaceleración económica totalmente previsible -teniendo en cuenta los efectos adversos de la pandemia en el comercio mundial- se convierte en una razón de peso para alimentar las predicciones de un supuesto colapso chino inminente.
Para QUARTZ, los supuestos problemas económicos de China son el resultado de la economía centralizada de Pekín, las medidas políticas del partido comunista y la reestructuración del sector privado. Si el crecimiento sigue ralentizándose, "China podría ser testigo de disturbios civiles", predice el artículo, aunque sin aportar pruebas concretas que respalden tan dramática afirmación.
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Compárese esta lectura catastrofista de la "crisis" fabricada en China con la verdadera crisis del combustible en el Reino Unido, donde el pánico colectivo hizo que millones de personas se apresuraran a comprar gasolina y gasóleo, lo que provocó interrupciones masivas, escasez de suministros y atascos. Los medios de comunicación occidentales restaron importancia a esta crisis sin precedentes, como si fuera el resultado de una simple mala gestión burocrática o un mero error de cálculo de la oferta y la demanda. Si la equivalencia de las escenas distópicas del Reino Unido se diera en China, los periodistas occidentales estarían dispuestos a informar sobre los "disturbios civiles" y la inminente revolución, incluso.
Sin embargo, el bombo mediático contra China, que ha ido en aumento desde el inicio del mandato de la Administración de Donald Trump, es un arma de doble filo. Mientras que la propaganda mediática, que habitualmente presenta a China como un país inestable y describe su crecimiento económico de décadas como si fuera un fenómeno fugaz, se beneficia en gran medida de rebajar el estatus de China, las economías occidentales serán las primeras en pagar el precio si China entra en una recesión económica a largo plazo.
A diferencia de la Unión Soviética, cuya economía había existido en un aislamiento casi total de los mercados occidentales, la economía china está estrechamente entrelazada con la economía mundial, desde Europa hasta Norteamérica, pasando por África y más allá. El dicho "si China estornuda, el mundo se resfría" nunca ha sido más cierto.Según una reciente ilustración de Bloomberg, en la que se mostraban las "Contribuciones al crecimiento mundial" de varias potencias económicas destacadas, China, especialmente a partir de 2010, desempeñó el papel de columna vertebral de la economía mundial. El año 2020 fue especialmente interesante, ya que sólo China mantuvo un crecimiento significativo por encima del punto porcentual cero.
La centralidad de China como principal combustible del crecimiento económico mundial plantea a Occidente un dilema imposible. Por un lado, Estados Unidos y sus aliados quieren asegurarse de que China siga siendo una potencia política mundial menor, mientras que, por otro lado, siguen confiando en el "milagro económico" chino para mantener a flote sus propias economías. No debería sorprender que, según la Comisión Europea, "China es la mayor fuente de importaciones de la UE y su segundo mercado de exportación".
Cuando el Secretario de Defensa de EEUU, Lloyd Austin, se dirigió a Bruselas el 21 de octubre para participar en su primera conferencia de ministros de defensa de la OTAN en persona, el Washington Post informó de que Austin se unía a la influyente reunión "con China en mente".
Lo que preocupa a Austin y a los militares estadounidenses, más que las enormes capacidades y constantes mejoras de su homólogo chino, es la supuesta incapacidad de la OTAN para apreciar la "amenaza china". De hecho, a pesar de las repetidas advertencias de Estados Unidos sobre el ascenso militar de China, Europa y la mayoría de los miembros de la OTAN permanecen en gran medida indiferentes.
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En pocas palabras, Washington quiere que Europa se dispare en el pie. Aislando a China, Europa se aislaría a sí misma, frenando así su propio crecimiento económico y, por extensión, ralentizando toda la economía mundial. Teniendo en cuenta el déficit de confianza entre la UE y Estados Unidos, resultante de la inestabilidad de los años de la Administración Trump, el fracaso de Biden para cambiar completamente el rumbo y la más reciente debacle de la retirada de Afganistán, lo más probable es que los europeos no sigan los pasos de Washington esta vez, como lo hicieron durante el apogeo de la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética.
La afirmación anterior se ha demostrado, una y otra vez, en números reales, el último de los cuales fue una encuesta del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, que encuestó a los europeos en doce estados miembros de la UE diferentes. La mayoría de los europeos, el 59%, según la encuesta, consideraba que sus países no están involucrados en una guerra fría con China.
La revista Foreign Policy informó de los resultados con el siguiente título: "Los europeos quieren mantenerse al margen de la nueva guerra fría". Lo más probable es que ni los alarmistas de los medios de comunicación occidentales ni las intervenciones de Austin en la conferencia de la OTAN cambien esta realidad.
Es probable que la economía china siga experimentando sus altibajos, gracias a la recesión mundial derivada de la pandemia. Por sí solas, es poco probable que estas fluctuaciones cambien la narrativa del decidido ascenso chino como potencia mundial, o la del inequívoco declive occidental. Cuanto antes reconozcamos esta realidad, mejor.
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