Tenemos que admitir que el Líbano es un Estado fallido. Otros Estados han seguido este camino antes, mientras que algunos países árabes y otros vecinos sufren un colapso financiero, económico y social que les amenaza con la desintegración. Quizá el más grave sea el que sufren Irak, Siria y Jordania. Egipto, Turquía e Israel, por su parte, han acabado casi como nosotros aquí en el Líbano.
Resulta irónico que los principales países en crisis se propongan hacer frente a las crisis que afectan a los Estados fallidos, como los médicos que están enfermos pero siguen curando a otras personas. El más destacado es Estados Unidos, que probablemente sufrirá una grave inflación como consecuencia de la reciente aprobación por el Congreso de una ley que eleva el límite de la deuda pública en varios billones de dólares. Sin embargo, la Casa Blanca tiene la intención de lanzar una nueva posición para coordinar con Francia sobre el Líbano e imponer sanciones a los políticos fracasados. "No queremos ver un Estado fallido en Oriente Medio y los indicios apuntan a que Líbano se dirige hacia el fracaso", afirman los funcionarios estadounidenses. Sin embargo, no dijeron que la mayoría de los políticos fracasados amenazados con sanciones se encuentran entre sus antiguos y nuevos aliados.
Casualmente, desde Nueva York ha surgido una voz más realista y flexible. El Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, se dirigió al pueblo libanés a su llegada a Beirut la semana pasada. "Estoy profundamente preocupado por las dificultades a las que os enfrentáis y las pruebas a las que os enfrentáis hoy", dijo Guterres. "La explosión [del puerto de Beirut en 2020] hirió a unas siete mil personas, dejando a muchas con discapacidades permanentes. Destruyó miles de hogares. Sé que el pueblo libanés quiere respuestas, y escucho sus demandas de verdad y justicia".
Quizás el punto más importante en el que se centró es que "las soluciones duraderas sólo pueden venir de dentro de Líbano" a través de "los esfuerzos para promover la responsabilidad y la transparencia y erradicar la corrupción". El jefe de la ONU ha continuado señalando que "es esencial que los líderes pongan a la gente en primer lugar y apliquen las reformas necesarias para volver a encarrilar al Líbano". Con ello, ha cerrado el círculo, y volvemos a pedir a los médicos que están enfermos que traten a los que están enfermos. Los dirigentes libaneses a los que Guterres pide que "apliquen las reformas necesarias" son los artífices y beneficiarios de décadas de corrupción. No les interesa aplicar las reformas.
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La verdad es que de lo que se queja el Líbano es de lo mismo que el resto de los países árabes e islámicos en crisis de Asia occidental: sociedades gobernadas por sectas y doctrinas civiles y militares, con gobernantes enraizados y ávidos de poder, implicados en la corrupción, y que insisten en ser los hombres de todos los tiempos, buenos y malos. No tienen que rendir cuentas; son los pecadores y los reformadores, controlando la recompensa y el castigo que coexisten para siempre.
Entonces, ¿qué hay que hacer? Los ciudadanos leales, los dirigentes, los sindicalistas, los profesionales y los intelectuales comprometidos con la causa de la patria y de su pueblo responden al unísono. No debemos desesperar ni desfallecer, dicen. Debemos levantarnos, enfrentarnos y resistir con todas nuestras capacidades. Nos preocupa existencialmente lo que sufre nuestro pueblo. Nos preocupa porque nuestro futuro está en peligro de desaparecer.Son palabras bellas y lógicas, pero son viejas y caducas y siguen siendo buenas intenciones y deseos legítimos, pero no van acompañadas de respuestas prácticas, iniciativas y determinación de éxito. La maldición de la acción política nacional en el Líbano es la incapacidad crónica de elevarse por encima del egoísmo ante los peligros y los retos a los que se enfrenta el país para poder generar y desarrollar marcos de coordinación, cooperación, integración y acción productiva.
No pretendo desanimar a nadie, sino que quiero agudizar y motivar nuestra voluntad colectiva, corregir su rumbo y activarla. Los gobernantes corruptos siempre están unidos por sus intereses egoístas, mientras que sus oponentes y compañeros revolucionarios siempre están divididos. Tenemos que cambiar eso.
Dada la enormidad de la tarea, ahora es el momento de que quienes exigen cambios y reformas trabajen incansablemente para acordar un programa provisional, como mínimo. Éste debe abarcar las prioridades más necesarias y urgentes, y las actividades populares más eficaces en el contexto de la confrontación con las camarillas políticas y económicas corruptas. Es necesario limitar las pérdidas de nuestro país mientras detenemos el colapso. Es una exigencia razonable y realista.
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Un estudio en profundidad de la situación de los países árabes en crisis propone que lo que se necesita y es posible en la etapa actual, especialmente en el Líbano, es una amplia alianza entre las fuerzas que piden el rescate y el cambio y que la gente trabaje seriamente por ellos. Esta alianza debe estudiar la situación existente para acordar un diagnóstico conjunto, tras el cual se podrán determinar las prioridades más necesarias y urgentes. La acción pública debe estar por encima de las lealtades regionales y las sectas. Hay que cuestionar el sistema de cuotas sectarias para introducir reformas radicales que beneficien a la gran mayoría del pueblo libanés.
Es cierto que el consenso nacional global es difícil de alcanzar en sociedades pluralistas, entre las que se encuentra el Líbano, pero no es imposible, aunque se necesiten una o dos generaciones. El Líbano tiene un rico patrimonio sobre el que se puede construir el futuro, con aspiraciones e intereses legítimos. Los retos son muchos, sin duda, y la lucha será larga. Se necesitan héroes y luchadores con valor y perseverancia para salir adelante. Ha llegado su hora. Líbano no debe ser un Estado fallido.
Este artículo apareció por primera vez en árabe en Al-Quds Al-Arabi el 19 de diciembre de 2021
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