Los enfrentamientos entre israelíes y palestinos no son nada nuevo. Estos episodios se producen desde que las milicias sionistas iniciaron la Nakba en 1948 con la expulsión violenta de más de 750.000 palestinos y la destrucción de más de 140 ciudades y pueblos. Esta campaña de limpieza étnica dio paso a los judíos asquenazíes, jázaros y sefardíes, desplazados de Europa, para instalarse en la Palestina histórica.
Los episodios de enfrentamientos directos en mayo de 2021 entre las fuerzas de la resistencia palestina e Israel reavivaron el debate sobre la legitimidad de cada uno y la eficacia de un acuerdo de paz duradero entre ambas partes. Como es habitual, los principales medios de comunicación se prodigaron en la cantinela del "derecho de Israel a defenderse", mientras seguían tratando a las fuerzas de la resistencia, especialmente al Movimiento de Resistencia Islámica Hamás, como responsables de la agresión y el "terrorismo".
En enero de 2020, el ex presidente de Estados Unidos, Donald Trump, sin la participación de los palestinos, anunció un acuerdo calificado como el "trato del siglo". La propuesta de Trump era una iniciativa unilateral surgida de la presión del lobby judío estadounidense que pretendía continuar con las anexiones de territorios palestinos y reconocer y legalizar los crímenes que el Estado judío lleva cometiendo desde 1948. Lo que parecía una alternativa a la "paz duradera" era, en realidad, un plan macabro para acabar con Palestina como nación.
El plan colonialista no terminó tras la autoproclamación del Estado judío ni con la masacre perpetrada durante la llamada Guerra de los Seis Días, ni con la ocupación de la Franja de Gaza, el Sinaí (Egipto) y los Altos del Golán (Siria). Israel sigue llevando a cabo el proceso de judaización completa de Palestina en todos los ámbitos, adoptando legislaciones como la Ley Básica del Estado-Nación aprobada por la Knesset el 19 de julio de 2018, a través de la cual se convirtió legalmente en un Estado exclusivo para judíos.
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Como se puede ver, el objetivo de la ocupación israelí es la destrucción completa de Palestina para que finalmente se produzca el establecimiento de un estado de supremacía judía en los territorios ocupados, sin fronteras definidas y en permanente expansión. La intención es transformar lo que queda de Palestina en pequeños islotes de tierra como si se tratara de un mini-estado, pulverizado, rodeado y asfixiado por el ocupante por todos lados.
En 2017 se aprobó un nuevo programa de Hamás, denominado Documento General de Principios y Políticas. En él se afirma que el establecimiento del llamado "Estado de Israel", basado en decisiones unilaterales, es completamente "ilegal, infringe los derechos inalienables del pueblo palestino y va en contra de su voluntad y de la voluntad de la Nación"[1], ya que vulnera los derechos humanos y el derecho a la autodeterminación.
Hamás ha declarado que no reconocerá a Israel ni nada de lo ocurrido en Palestina en términos de ocupación. Esto incluye la construcción de asentamientos coloniales, la judaización de lugares históricos y sagrados y el cambio de características o la falsificación de hechos históricos y culturales. Entiende que los derechos de los palestinos sobre sus tierras y lugares nunca caducarán.
El programa de Hamás rechaza una solución duradera que no sea la liberación de Palestina "del río al mar", sin comprometer su rechazo a Israel y sin abandonar ningún derecho de los palestinos. Está de acuerdo con la creación de un Estado palestino a lo largo de las fronteras del 4 de junio de 1967, con Jerusalén como capital y con el retorno de los refugiados y desplazados de sus hogares, de los que han sido expulsados desde 1948.
La dirección de Hamás ha declarado que está comprometida con el restablecimiento de las relaciones y las acciones conjuntas de las organizaciones palestinas basadas en el pluralismo, la democracia, la asociación nacional, la aceptación del otro y la adopción del diálogo. El objetivo es fortalecer la unidad para satisfacer las necesidades aspiracionales del pueblo palestino, como ocurrió en la histórica reunión del 5 de septiembre de 2020, cuando las principales fuerzas palestinas se unieron para una iniciativa conjunta de contestación a la ocupación israelí.
Algunos insisten en la tesis del supuesto intento de Hamás de deslegitimar a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). Sin embargo, el movimiento muestra el reconocimiento de la organización en su programa, afirmando que es una referencia para el pueblo palestino que debe ser preservada, desarrollada y reconstruida sobre una base democrática, dentro y fuera de Palestina, para garantizar la participación de todas las fuerzas que luchan por proteger los derechos de los palestinos.
Mientras los palestinos buscan soluciones para acabar con el apartheid colonial del "Estado judío", los dirigentes sionistas niegan, por todos los medios, los derechos más elementales de los palestinos. Esto se puede ver en las declaraciones del actual premier, Naftali Bennett, quien dijo en 2018 que "no daría ni un centímetro de tierra a los árabes" y dijo a la revista estadounidense The New Yorker en 2013: "Haré todo lo que esté en mi mano para que nunca tengan su propio Estado".
Por estas y otras razones, los palestinos no confían en los sionistas. No cumplen los acuerdos, como los de Oslo, que se han convertido en papel mojado sin reconocer el derecho a la existencia del Estado palestino. Después de Oslo, Israel aceleró la expansión de la ocupación, la creación de asentamientos coloniales judíos, la confiscación de tierras, la creación de cuotas de exportación al mercado israelí y el control de la importación de maquinaria y herramientas agrícolas, que acabaron arruinando la agricultura palestina.
A pesar de ello, todavía hay quienes defienden el reconocimiento de Israel por parte de la resistencia palestina como condición previa a la existencia de "acuerdos de paz duraderos". También hay quienes apoyan que la normalización surta efecto cuando se sabe que este acuerdo es ineficaz por la simple constatación de que Israel no detendrá la ocupación en una mesa de negociación. Esta retórica sirve a los intereses de la ocupación israelí, que es consciente de su incapacidad para ganar nuevas batallas contra la resistencia palestina.
Aceptar la realidad del ocupante es aniquilar el sueño de libertad y liberación, traicionando a los mártires y a quienes lucharon largo y tendido por la libertad, la autodeterminación y la dignidad. Esto traicionaría los principios de la resistencia legítima para lograr lo que está consagrado en el derecho internacional y en la Carta de las Naciones Unidas.
[1]TENÓRIO, Sayid Marcos. Palestina: Do mito da terra prometida à terra da resistência. 1a ed. São Paulo: Anita Garibaldi, IBRASPAL, 2019. P. 382.
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