El presidente del régimen sirio, Bashar Al-Assad, realizó una visita sorpresa a Teherán el pasado domingo y, a su carácter sorprendente, se suma el hecho de que rara vez se había atrevido a salir de su país desde que comenzó el levantamiento popular contra su régimen en 2011. Su primera visita fuera de Siria, desde entonces, fue a Moscú en octubre de 2015, un mes después del inicio de la intervención militar rusa en la guerra siria. Luego se repitieron las visitas del presidente sirio a Rusia, durante las cuales se reunió con su homólogo ruso, Vladímir Putin, en Sochi (2017 y 2018) y, de nuevo, en Moscú el pasado mes de septiembre para conmemorar el fin del sexto año de participación de las fuerzas armadas rusas en la destrucción de Siria y la matanza de su pueblo.
En cuanto a Teherán, Bashar Al-Assad sólo lo visitó una vez antes de su última visita, y fue en febrero de 2019. Es probable que la visita fuera un agrado, después de tres visitas a Rusia sin ninguna visita a Irán hasta entonces, aunque Irán fue el primero en intervenir en Siria para salvar al régimen de Assad intensificando la intervención de sus fuerzas (fuerzas iraníes y afganas) y de las fuerzas de sus aliados libaneses e iraquíes, a partir de 2013. Sin embargo, la reciente visita tiene otro significado que está lejos de ser simbólico y más cerca de la preocupación estratégica.
Y es que desde la visita del presidente sirio a Moscú el pasado otoño se ha producido una importante evolución. En ese momento, Rusia estaba en la cúspide de su poder. Putin amenazaba a Ucrania mientras las fuerzas rusas se concentraban en las afueras de este país, y se mostraba indiferente a las advertencias de las fuerzas occidentales, ya fueran las de Washington o las más amistosas de Berlín y París. Los observadores creían que esto era sintomático de un estado de "paranoia".
Sin embargo, hoy ha quedado claro que los cálculos de Putin eran completamente erróneos. Los objetivos que anunció al principio de la invasión de Ucrania por sus fuerzas, cuando prometía un cambio de régimen en Kiev, similar al cambio de régimen de Estados Unidos en Bagdad en 2003, que exigía una ocupación de la capital ucraniana, sufrieron un revés. Esto es lo que las fuerzas rusas intentaron conseguir al principio de la invasión, pero fracasaron ante la intensidad de la resistencia ucraniana, que sorprendió al mundo entero.
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Aunque Rusia anunció el cambio de dirección de su invasión, limitándola a la ocupación del este de Ucrania, ha sido incapaz de lograr ese limitado objetivo tras dos meses y medio de combates, y sigue esforzándose por ampliar sus zonas de ocupación muy lentamente y con gran dificultad. Quizás, la expresión más llamativa del fracaso ruso fue el aburrido discurso de Putin el lunes con motivo de la celebración anual de la victoria sobre el nazismo en 1945 (una victoria soviética en la que los ucranianos participaron intensamente, y celebraron la misma victoria el domingo).
En lugar de declarar la victoria en el llamado Día de la Victoria, Putin se conformó con un discurso muy breve, en el que explicó que Rusia se vio obligada a invadir Ucrania en defensa propia y para evitar que su vecino se armara con armas nucleares y atacara a Rusia. Así fue como George W. Bush y sus socios explicaron la ocupación de Irak, alegando que fue en defensa propia y para evitar que desarrollara su arsenal de armas de destrucción masiva. Afirmaron que pretendía utilizarlas contra Estados Unidos. Parece que las potencias imperialistas mundiales tienen una imaginación limitada, por lo que regurgitan las mismas excusas.
De hecho, el fracaso ruso es una fuente de gran preocupación para el régimen sirio, especialmente desde que Rusia está retirando algunas de sus unidades de Siria al campo de batalla en el este de Ucrania e incluso ha comenzado a utilizar combatientes sirios en su invasión de ese país. Con el impacto de las sanciones económicas impuestas a Rusia, que entrarán en vigor en los próximos meses, y la exacerbación de las dificultades a las que se enfrentan las fuerzas rusas frente a la valiente resistencia ucraniana, contar con Rusia se ha convertido en algo muy peligroso. Esto es probablemente lo que ha impulsado a Bashar Al-Assad a visitar Teherán, y ha aumentado en gran medida el peso de Irán en la balanza de la protección del régimen sirio tanto como ha disminuido el de Rusia.
En este sentido, el fracaso ruso en Ucrania no hace sino reforzar la posición de Irán, en contra de lo que podría pensarse a primera vista, y debilitar al resto de la reaccionaria alianza regional que incluye a los regímenes árabes reaccionarios, especialmente al pionero de la normalización, Abu Dhabi, junto a Israel y en cooperación con Moscú. Desde esta perspectiva, el propósito de la visita del presidente sirio a Teherán ha quedado claro, junto con su anuncio de que "en los años de resistencia y enfrentamiento con las agresiones occidentales y takfiríes, Irán fue el único país que estuvo a nuestro lado desde el principio", según cita Tehran Times. Esta afirmación es una ingratitud hacia Rusia, que ha sido el principal apoyo del régimen militar sirio durante décadas. Al-Assad también calificó de "estratégicas" las relaciones entre Irán, su régimen y las fuerzas palestinas del "eje de la resistencia", señalando que "el éxito de la resistencia palestina ha demostrado que el compromiso de algunos Estados árabes ha sido contraproducente". ¿A qué tipo de compromiso se refiere, ya que los regímenes de "normalización", que son los más cercanos a su régimen, no sólo se comprometen con Israel, sino que colaboran abiertamente con él?
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