Desde que se conoció la estremecedora noticia del brutal asesinato de una de las periodistas más emblemáticas de Palestina, un inconfundible sentimiento de rabia empezó a aflorar en las redacciones del mundo árabe y de muchas partes del mundo, incluida Sudáfrica.
Shireen Abu Akleh estaba cubriendo la incursión militar del régimen colonial de los colonos en Yenín, en el territorio palestino ocupado, cuando fue asesinada a sangre fría.
De los relatos de los testigos presenciales de sus colegas que estaban de guardia con ella, está claro que Abu Akleh era un objetivo específico. Su muerte no fue accidental ni el resultado de un tiroteo entre la resistencia palestina y el ejército de ocupación.
Murió debido a un plan premeditado por el régimen de Naftali Bennett para asesinarla.
La profesión de Abu Akleh requería una información impecable, precisa y honesta, que ella desempeñaba con gran integridad. Su valentía y determinación para llevar los horrores indescriptibles de la ocupación ilegal de Israel a las salas de estar de millones de personas, dentro y fuera de la Península Arábiga, fueron un baluarte contra los objetivos del régimen sionista de evitar el escrutinio público.
Su cobertura sobre el terreno de las violaciones diarias del régimen del apartheid, incluidas las detenciones, las demoliciones de viviendas, las redadas militares y los asesinatos de palestinos, la situaron en el punto de mira del ejército terrorista de Israel.
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Nacida y criada en Jerusalén, Abu Akleh conocía todos los rincones de la Palestina ocupada y de 1948. Su dominio de los territorios, incluido su vasto conocimiento de la historia asociada a la Nakba, la convirtió en una parte inestimable del equipo de Al-Jazeera.
Ingeniosa y profesional hasta la médula, la condición de icono de Abu Akleh no tenía rival. Los homenajes que han llegado y siguen llegando a través de las redes sociales y de las principales plataformas reconocen su profunda humanidad.
Para honrar su legado, los medios de comunicación y toda la fraternidad que se toma en serio el periodismo tendrán que dejar de lado el miedo a ser calificados de antisemitas e informar con valentía de la realidad de la brutalidad de Israel.
La conmoción y el horror del salvaje ataque de Israel al cortejo fúnebre a la vista de una audiencia mundial no puede reducirse a "enfrentamientos", como sugieren algunos informes de los medios de comunicación. Calificar de "enfrentamientos" el violento asalto frontal de las tropas israelíes armadas contra los dolientes que llevaban el féretro de Abu Akleh a su última morada no sólo es engañoso, sino un insulto a su memoria.
Hay que denunciarlo como una flagrante violación de su derecho a un funeral digno y pacífico.
El asesinato de Abu Akleh hace recaer sobre los hombros de los periodistas, armados con sus plumas y cámaras, la onerosa responsabilidad de no acobardarse ante la brutal represión.
Su prematura muerte ha permitido al mundo ser testigo de un régimen colonial de colonos que, hasta la fecha, ha escapado a las consecuencias de sus graves violaciones y abusos de los derechos humanos fundamentales.
A menos que esto cambie, es de esperar que la ocupación ilegal y los crímenes de guerra de Israel continúen sin cesar. Por tanto, hay que aprovechar al máximo la capacidad de cambio de los activistas de los medios de comunicación.
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No puede, ni se atreve, a ser una fase pasajera que se borra y se olvida una vez que las cámaras se alejan.
Le debemos a Abu Akleh y a los miles de periodistas de todo el mundo que su papel único de poner de manifiesto la injusticia, la opresión y el abuso de poder siga siendo un testimonio del compromiso con la verdad y la integridad.
Como periodista de Al-Jazeera durante más de dos décadas, Abu Akleh se había convertido en un nombre familiar entre millones de personas que amaban, respetaban y veneraban profundamente su profesionalidad.
Sudáfrica no ha sido una excepción.
En un justo homenaje, los palestinos como colectivo lloran su pérdida recordando el lugar especial que Abu Akleh ocupó en sus vidas desde 1997, llevando a sus hogares los horrores de la ocupación y el valor de quienes se resisten a ella.
"Sus informes desacreditaban, e incluso ridiculizaban, la narrativa oficial de Israel sobre los abusos diarios de los derechos humanos en Cisjordania y dentro de Israel. No es de extrañar que fuera atacada mientras hacía lo que siempre hacía, decir la verdad al poder. Sus informes serán una parte esencial de los archivos de Palestina en general y de la ocupación en particular; esto no podrán matarlo ni borrarlo".
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