La dimisión de Naftali Bennett como primer ministro israelí y su retirada total de la política es un asunto de gran importancia en términos políticos y partidistas. Tiene un impacto en los asuntos internos del país, así como en las relaciones internacionales. También afectará al resultado de las elecciones generales de noviembre.
La dimisión de Bennett hizo que todo el mundo analizara sus fallos en la gestión de los asuntos de la coalición y del gobierno, y los relacionados con las políticas y prácticas del Partido Yamina que él fundó y dirigió. Esto dio paso a hablar de todos los errores que cometió durante sólo un año de mandato. Sólo tardó en darse cuenta de las dificultades de la amarga realidad que le rodeaba. Esto quedó claro para todos los que vieron su discurso de dimisión. A pesar de los supuestos logros de su gobierno, se vio obligado a dejar el cargo y ver cómo su primer ministro "alternativo" delegado, Yair Lapid, tomaba el relevo. No le quedó más remedio que volver a casa.
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El sentimiento casi unánime en Israel es que al dimitir, dimitir y retirarse de la política, Bennett declaró que ha fracasado en todos los frentes -la coalición, el gobierno y el partido- y que sus esperanzas se han esfumado. Básicamente, ha roto las promesas hechas a sus votantes de derechas, creando lo que podría llamarse una confusión ideológica en el proceso. Las máscaras han caído y ha surgido un profundo conflicto sobre la identidad judía del Estado después de que varios israelíes se hayan atrevido a romper tabúes, a renegar del Estado judío y a perder la brújula nacional.
Sin embargo, aún es demasiado pronto para hablar de pasar página, sobre todo por las consecuencias del repentino movimiento de Bennett, que tendrá importantes efectos en la política israelí, en los partidos y quizá en la seguridad del Estado y en el ejército. Se trata de un momento delicado para el Estado de ocupación por la acumulación de amenazas estratégicas a las que se enfrenta.
Al mismo tiempo, al renunciar a la dirección de Yamina, Bennett puede haberse asegurado de que el partido no pueda superar el umbral electoral en las próximas elecciones, sobre todo por el deseo de su sustituto en el partido de unirse al bando de Netanyahu en la oposición. De este modo, Ayelet Shaked podría reforzar la posición de Netanyahu en la Knesset, lo que daría lugar a un gobierno de derechas que daría a este último la oportunidad de volver a ser primer ministro.
Bennett fue el decimotercer primer ministro de Israel, y terminó su mandato de 381 días con una serie de crisis y fracasos. No logró enmendar la creciente fisura dentro de la sociedad israelí, y fue en contra de los generales al ser ambiguo en su política hacia Irán. Se puede decir con seguridad que Bennett fracasó más durante el gobierno más corto de la historia de Israel si se compara con los anteriores jefes de gobierno.
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Quizás el más importante de sus fracasos en política exterior es que no consiguió aumentar el número de Estados árabes dispuestos a normalizar sus relaciones con Israel. Tampoco logró impedir la acción de la resistencia palestina contra la ocupación militar de su país, acción que ha matado a 19 israelíes en los últimos dos meses.
El coste de la vivienda ha aumentado durante el mandato de Bennett. Ni él ni sus ministros fueron capaces de abordar esta importante cuestión. Además, no hubo ningún cambio en la forma de nombrar a los funcionarios del gobierno; los contactos cercanos llevaron la voz cantante, como siempre.
Sus fracasos hicieron que su gobierno se derrumbara desde dentro, quizá porque su mayoría legal y política nunca fue adecuada desde el principio. Bennett no se ocupó de la cuestión de la división que apareció en la profundización de la crisis constitucional, atrayendo a los israelíes a otra campaña de elecciones generales.
Mientras que la gestión de su partido era cuestionable, y un factor primordial en la caída de su gobierno, hubo un escándalo relacionado con el uso de decenas de millones de shekels para renovar su casa, y el pedido de comida en restaurantes a cargo del Estado, que enfureció a sus vecinos.
En política exterior, Bennett fue incoherente. Su ambigüedad respecto a Irán no le impidió amenazar con atacarlo. También hay que tener en cuenta el actual estancamiento de la cuestión palestina.
De todo ello se desprende que su falta de experiencia política le convirtió en un candidato inadecuado para ser primer ministro. Al parecer, sus socios de coalición e incluso miembros de su propio partido lo reconocieron desde el principio e hicieron todo lo posible por desbaratar su tambaleante gobierno. El resultado final es que será visto como un fracaso en casa y en el extranjero, lo que le perseguirá en los próximos años.
Sus adversarios políticos, incluidos los socios de la coalición, utilizarán sin duda sus fracasos para poner de manifiesto la eficacia de sus propias promesas electorales. Esto puede revelar fracasos no publicados anteriormente. En ese momento, podemos esperar un libre para todos en la carrera por conseguir un escaño en la Knesset.
Hay que decir que cuando Bennett decidió abandonar el cargo de primer ministro, se enfrentaba a circunstancias muy difíciles y complejas, así como a una intensa competencia y conflictos entre varios partidos israelíes, y no supo lidiar con ellos. Es cierto que llegó a la cima de su carrera política en circunstancias difíciles el año pasado, pero se despide mientras Israel se enfrenta a circunstancias más graves que antes.
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