"Nada más salir de la cárcel, fui a la tumba de Nael. Está adornada con los colores de la bandera palestina y con versos del Sagrado Corán. Le dije a mi hermano pequeño lo mucho que le quería y apreciaba, y que, un día, nos volveríamos a encontrar en el paraíso".
Este es parte del testimonio que me dio un antiguo prisionero palestino, Jalal Lutfi Saqr. Se publicó hace dos años en el volumen These Chains Will Be Broken.
Como palestino, nacido y criado en un campo de refugiados de Gaza, siempre estuve familiarizado con el discurso político de y sobre los presos políticos. Mi barrio, como todos los barrios de Gaza, sigue estando poblado por un gran número de antiguos presos, o de familias cuyos miembros han sufrido el encarcelamiento en el pasado o en el presente.
Sin embargo, a partir de 2016, mi relación con el tema adquirió, a falta de un término mejor, un enfoque más "académico". Desde entonces, he entrevistado a decenas de antiguos presos y miembros de sus familias. Algunos fueron encarcelados por Israel, otros por la Autoridad Palestina. Incluso he hablado con presos que han experimentado la brutalidad de otras prisiones de Oriente Medio, desde Irak a Siria; desde Egipto a Líbano. Algunos, especialmente desafortunados, han soportado múltiples experiencias carcelarias y fueron torturados por hombres que hablaban diferentes idiomas.
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Algunos prisioneros, ya muy mayores, fueron encarcelados por el ejército británico, que colonizó Palestina entre 1920 y 1948. Fueron retenidos de acuerdo con el llamado Reglamento de Defensa (de Emergencia) de 1945, un código legal arbitrario que permitía a los británicos retener a todos los árabes palestinos rebeldes posibles sin tener que dar una razón o participar en el debido proceso.
Este sistema sigue en vigor hasta hoy, ya que fue adoptado por Israel tras el final del periodo del Mandato Británico. Tras pequeñas modificaciones en 1979, y el cambio de nombre de la ley como "Ley israelí sobre la autoridad en los estados de emergencia", se trata esencialmente del llamado proceso de "detención administrativa" actual. Permite a Israel encarcelar a los palestinos, más o menos indefinidamente, basándose en "pruebas secretas" que no se revelan ni a los presos ni a sus abogados defensores.
Estas leyes de "emergencia" siguen vigentes, simplemente porque los palestinos nunca han dejado de resistirse a la ocupación de su tierra. Miles de palestinos fueron detenidos sin pruebas, cargos ni juicio durante la Primera Intifada Palestina, el levantamiento de 1987 a 1993. La mayoría de ellos fueron mantenidos en condiciones de vida horribles, en ciudades de tiendas de campaña en el desierto de Naqab.
Según la Comisión Palestina para Asuntos de los Detenidos y Ex Detenidos, alrededor de un millón de palestinos fueron encarcelados por Israel entre 1967 y 2021. Mientras escribo, cientos de "detenidos administrativos" palestinos están recluidos en prisiones israelíes; su detención viola el derecho internacional por varios motivos, entre ellos la retención de prisioneros sin juicio ni garantías procesales, y el traslado de prisioneros a territorios enemigos, siendo esto último una flagrante violación del Cuarto Convenio de Ginebra de 1949.
Por supuesto, el respeto al derecho internacional nunca ha sido el punto fuerte de Israel. De hecho, sigue ignorando y despreciando deliberadamente el derecho internacional en numerosos aspectos de su ocupación militar ilegal de Palestina, racionalizando sus acciones por motivos de "seguridad".
Los palestinos también están haciendo lo que mejor saben hacer -resistencia legítima- en las circunstancias más duras y por todos los medios a su alcance. De manera reveladora, la resistencia más fuerte tiene lugar dentro de los muros de las prisiones, por parte de huelguistas de hambre demacrados y a menudo moribundos.
Un palestino de 40 años de un pueblo cercano a Al-Jalil (Hebrón), en la Cisjordania ocupada, Khalil Awawdeh, es el último huelguista de hambre que ha hecho historia, simplemente por abstenerse de comer durante 180 días. Su peso ha descendido a 38 kilos tras perder más de 40 kilos durante la huelga de hambre. Las imágenes de su cuerpo semidesnudo y esquelético han sido consideradas demasiado "gráficas" y "ofensivas" para algunos usuarios de las redes sociales, y fueron retiradas en cuanto se compartieron. Al final, sólo pudo susurrar algunas palabras. Aunque apenas audibles, estaban llenas de coraje.
Puso fin a su huelga de hambre el 31 de agosto, tras llegar a un acuerdo con el Servicio de Prisiones israelí para que lo pusiera en libertad el 2 de octubre. Sus primeras palabras tras ese acuerdo no fueron las de un moribundo, sino las de un líder triunfante: "Esta resonante victoria prolonga la serie de grandes victorias logradas por el poderoso y honorable pueblo de esta nación".
Sus palabras, sin embargo, no eran únicas. Llevaban el mismo sentimiento que me comunicaron todos los presos liberados que he entrevistado en los últimos años. Ninguno se arrepiente, ni siquiera los que pasaron la mayor parte de su vida en celdas oscuras y con grilletes; ni los que perdieron a sus seres queridos; ni los que salieron de la cárcel con enfermedades crónicas, para morir poco después de su liberación. Su mensaje es siempre de desafío, de valor y de esperanza.
Awawdeh no es el primer preso, ni el último, que se somete a una huelga de hambre que pone en peligro su vida. La estrategia puede explicarse, comprensiblemente, como el último recurso o como un acto de desesperación de personas que no tienen otra alternativa. Pero para los palestinos, se trata de actos de resistencia que demuestran el poder del pueblo palestino: incluso en la cárcel, esposado a una cama de hospital, privado de todo derecho humano básico, un palestino puede luchar, y ganar. Y eso es lo que hizo Awawdeh.
Cuando Jalal Lutfi Saqr se enteró de que su hermano Nael había sido asesinado por el ejército israelí en Gaza, estaba preso en Israel. Me contó que lo primero que hizo al enterarse de la muerte de su hermano fue arrodillarse y rezar. Al día siguiente, Jalal se dirigió a los dolientes en su campo de refugiados de Gaza utilizando un teléfono móvil de contrabando.
"La nuestra es una larga y dolorosa marcha por la libertad", les dijo. "Algunos de nosotros estamos en prisión; otros están en la clandestinidad, pero nunca dejaremos de luchar por nuestro pueblo. Debemos seguir comprometidos con el legado de nuestros antepasados y nuestros mártires. Todos somos hermanos, en la sangre, en la lucha y en la fe, así que permanezcamos unidos como un solo pueblo, como hermanos y hermanas, y sigamos adelante, a pesar de las grandes pérdidas y los tremendos sacrificios."
Jalal Lutfi Saqr hizo este llamamiento a su pueblo hace veinte años. Sigue siendo tan pertinente hoy como entonces.
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