En el momento en que el teniente coronel Paul-Henri Sandaogo Damiba fue destituido por su antiguo colega militar, el capitán Ibrahim Traore, las multitudes progolpistas llenaron las calles. Algunos quemaban banderas francesas; otros llevaban banderas rusas. Esta escena representa por sí sola la actual lucha que se desarrolla en todo el continente africano.
Hace unos años, el debate sobre los cambios geopolíticos en África no se centraba precisamente en Francia y Rusia. Se centraba sobre todo en el creciente papel económico y las asociaciones políticas de China en el continente africano. Por ejemplo, la decisión de Pekín de establecer su primera base militar de ultramar en Yibuti en 2017 supuso un gran movimiento geopolítico de China al traducir su influencia económica en la región en influencia política, respaldada por la presencia militar.
China sigue comprometida con su estrategia en África. Pekín ha sido el mayor socio comercial de África durante 12 años, de forma consecutiva, y el comercio bilateral total entre China y África alcanzó los 254.300 millones de dólares en 2021, según datos recientes publicados por la Administración General de Aduanas de China.
EE.UU. y sus aliados occidentales son conscientes del creciente peso de China en África y advierten de ello. La creación del AFRICOM estadounidense en 2007 se entendió, con razón, como una medida para contrarrestar la influencia de China. Desde entonces, y podría decirse que desde antes, se habla de una nueva "Lucha por África", con nuevos actores como China, Rusia e incluso Turquía entrando en la contienda.
Sin embargo, la guerra entre Rusia y Ucrania ha alterado la dinámica geopolítica en África, ya que ha puesto de relieve la rivalidad ruso-francesa en el continente, frente a la competencia chino-estadounidense en el mismo.
Aunque Rusia ha estado presente en la política africana durante años, la guerra -y por tanto la necesidad de contar con aliados estables en las Naciones Unidas (ONU) y en otros lugares- aceleró la ofensiva de encanto de Moscú. En julio, el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Sergey Lavrov, visitó Egipto, Etiopía, Uganda y la República del Congo, fortificando las relaciones diplomáticas de Rusia con los líderes africanos.
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"Sabemos que los colegas africanos no aprueban los intentos indisimulados de Estados Unidos y sus satélites europeos. . de imponer un orden mundial unipolar a la comunidad internacional", dijo Lavrov. Sus palabras fueron acogidas con beneplácito.
Los esfuerzos rusos han ido dando sus frutos, ya desde las primeras votaciones para condenar a Moscú en la Asamblea General de la ONU en marzo y abril. Muchos países africanos se mantuvieron neutrales o votaron en contra de las medidas dirigidas a Rusia en la ONU.
La posición de Sudáfrica, en particular, era problemática desde la perspectiva de Washington, no sólo por el tamaño de la economía del país, sino también por la influencia política y la autoridad moral de Pretoria en toda África. Además, Sudáfrica es el único miembro africano del G20.
En su visita a Estados Unidos en septiembre, el presidente sudafricano Cyril Ramaphosa defendió la neutralidad de su país y planteó objeciones a un proyecto de ley estadounidense -la Ley para Contrarrestar las Actividades Malignas de Rusia en África- que está previsto que controle y castigue a los gobiernos africanos que no se ajusten a la línea estadounidense en el conflicto entre Rusia y Ucrania.
Sin embargo, Occidente no comprende que el lento pero decidido giro de África hacia Moscú no es fortuito ni accidental.
La historia de la lucha pasada y actual del continente contra el colonialismo y el neocolonialismo occidentales es bien conocida. Mientras Occidente sigue definiendo su relación con África basándose en la explotación, Rusia recuerda constantemente a los países africanos el legado soviético en el continente. Esto no sólo es evidente en los discursos políticos oficiales de los líderes y diplomáticos rusos, sino también en la cobertura de los medios de comunicación rusos, que dan prioridad a África y recuerdan a las naciones africanas su solidaridad histórica con Moscú.
La quema de banderas francesas y el izado de las rusas, sin embargo, no puede achacarse simplemente a supuestos sobornos económicos rusos, a una diplomacia inteligente o a una creciente influencia militar. La disposición de las naciones africanas -Mali, República Centroafricana y ahora, posiblemente, Burkina Faso- tiene mucho más que ver con la desconfianza y el resentimiento por el legado interesado de Francia en África, en África Occidental en particular.
Francia tiene bases militares en muchas partes de África y sigue participando activamente en varios conflictos militares, lo que le ha valido la reputación de ser la principal fuerza desestabilizadora del continente. Igualmente importante es el dominio de París sobre las economías de 14 países africanos, que se ven obligados a utilizar la moneda francesa, el franco CFA, y, según Frederic Ange Toure, que escribe en Le Journal de l'Afrique, a: "Centralizar el 50% de sus reservas en el tesoro público francés".
Aunque muchos países africanos se mantienen neutrales en el caso de la guerra entre Rusia y Ucrania, se está produciendo un cambio geopolítico masivo, especialmente en países militarmente frágiles, empobrecidos y políticamente inestables que están ansiosos por buscar alternativas a las potencias francesas y otras occidentales. Para un país como Malí, el cambio de lealtades de París a Moscú no era precisamente una gran apuesta. Bamako tenía muy poco que perder, pero mucho que ganar. La misma lógica se aplica a otros países africanos que luchan contra la pobreza extrema, la inestabilidad política y la amenaza de la militancia, todo ello intrínsecamente relacionado.
Aunque China sigue siendo un poderoso recién llegado a África -una realidad que sigue frustrando a los responsables políticos estadounidenses-, la batalla más urgente, por ahora, es la que libran Rusia y Francia, esta última en franco retroceso.
En un discurso el pasado julio, el presidente francés Emmanuel Macron declaró que quería un: "Repensar todas nuestras posturas (militares) en el continente africano". Sin embargo, el giro militar y de política exterior de Francia en África no fue obligado por la estrategia o la visión, sino por realidades cambiantes sobre las que Francia tiene poco control.
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