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De cachorros a leones: hacia una nueva Intifada palestina

Palestinos pasan por delante de un mural que marca el 33º aniversario de la Primera Intifada en la ciudad de Gaza el 8 de diciembre de 2020 [Mahmoud Ajjour/ApaImages].

La Autoridad Palestina hace tiempo que perdió el escaso patriotismo que pudiera tener en virtud de las circunstancias de su creación en el marco de un acuerdo con la autoridad real de la Palestina ocupada: el Estado sionista. Ha perdido incluso su prestigio represivo, ya que el pueblo palestino, especialmente su juventud, ya no obedece las órdenes e instrucciones de esa "autoridad" que está dirigida por un hombre que la preside desde hace diecisiete años. Se ha convertido en presidente vitalicio mediante la prórroga ilimitada de su mandato con el pretexto de las circunstancias derivadas de la división del proyecto de Estado palestino independiente en lo que son dos Estados efectivamente sin salida al mar.

La verdad es que el Estado sionista, junto con su padrino estadounidense y sus aliados, contaban con el proyecto de Estado resultante de los Acuerdos de Oslo de 1993 para domesticar al pueblo palestino después de que éste combatiera los pilares del régimen del apartheid con su Gran Intifada de 1987-93, pero las apuestas de Israel y Estados Unidos fracasaron estrepitosamente. El primer fracaso se saldó con una abrumadora decepción, incluso por parte del propio fundador de la AP, después de que se hiciera ilusiones de lograr su sueño de un Estado independiente mediante el acuerdo y la cooperación con el régimen de ocupación en Cisjordania. La Intifada de Aqsa que comenzó en otoño de 2000 fue absorbida políticamente por Israel con mayor facilidad que la primera intifada, porque la segunda cayó en la trampa de la toma de armas. Esto permitió al régimen israelí presentar su brutal opresión como una guerra entre dos entidades iguales. Era una narrativa que convenía al Estado sionista, con su naturaleza inherentemente violenta.

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Tras la brutal represión de la Intifada de Aqsa, que concluyó con el asesinato de Yasser Arafat en 2004 y la elección de Mahmoud Abbas como su sucesor en 2005 -con la bendición de Israel y Estados Unidos-, se llevó a cabo un segundo intento de domesticar al pueblo de Cisjordania, especialmente tras la división entre Cisjordania y la Franja de Gaza a partir de 2007. El proceso se apoyó en la ayuda internacional destinada a eliminar el espíritu de rebelión entre los palestinos, distrayendo a algunos de ellos con la búsqueda de dinero, acompañada de una grave corrupción. Esto logró disuadir a la generación que experimentó la derrota en la segunda intifada de levantarse colectivamente contra el ocupante.

Sin embargo, una nueva generación que hace veinte años era un cachorro ha alcanzado la mayoría de edad en una revolución indómita: no por la frustración ante la maquinaria militar sionista y sus opresores títeres palestinos, ni por los dólares y la corrupción, sino porque las condiciones de vida de los palestinos se están deteriorando en el marco de una crisis global y de la asfixia de la ocupación israelí. Es esta generación la que ha empezado a moverse con independencia de los marcos tradicionales como Fatah, Hamás y las demás facciones. Su indignación se dirige a la opresión sionista que se ha ido agravando con el telón de fondo del deslizamiento de la sociedad israelí hacia la extrema derecha. El inicio de la última intifada, que comenzó en Jerusalén hace año y medio, anunciaba una nueva oleada de lucha popular contra la ocupación, antes de que Hamás lo abortara todo disparando misiles del Escudo de Jerusalén y convirtiendo la situación en otra guerra asimétrica. El error de tomar las armas fue similar al cometido durante la Intifada de Aqsa.

Los cachorros de ayer se han convertido ahora en leones y los más poderosos han formado grupos de lucha independientes en toda Cisjordania ocupada, como la Guarida del León en Nablus y sus alrededores y la Brigada de Yenín. Estos grupos están llevando a cabo operaciones de resistencia contra Israel, lo que lleva a sus fuerzas de ocupación a intensificar su represión en todas sus formas. Esto, a su vez, provoca el descontento colectivo dentro de una sociedad palestina que ya no es capaz de tolerar el comportamiento de Israel; ahora vemos a las masas salir a la calle para expresar su indignación, como hicieron el martes.

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Hay una cuestión crítica que los nuevos grupos de jóvenes deben tener en cuenta: el uso de las armas debe seguir teniendo como objetivo empujar a los palestinos hacia una revolución popular provocando al Estado de ocupación y confiando en su represión para galvanizar a la sociedad palestina. Este es el tipo de táctica que entendieron muchos grupos revolucionarios de la historia, que vieron en el uso de las armas un medio para empujar al pueblo a levantarse sin tener intención de sustituir un levantamiento popular por una revuelta armada. El objetivo debe seguir siendo provocar una nueva intifada, como la primera, y no otra ofensiva militar masiva israelí.

Este artículo apareció por primera vez en árabe en Al-Quds Al-Arabi el 18 de octubre de 2022

Las opiniones expresadas en este artículo pertenecen al autor y no reflejan necesariamente la política editorial de Monitor de Oriente.

 

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