Cuando su nombre circuló el verano pasado como candidato al puesto de enviado de las Naciones Unidas a Libia, Abdoulaye Bathily era casi un desconocido, salvo en los pasillos de la propia ONU. Exprofesor de Historia y exministro senegalés, Bathily desempeñó diversas funciones para la ONU en Malí, Gabón y Madagascar. En 2019 el jefe de la ONU le pidió que llevara a cabo una "revisión estratégica" de la misión de la ONU en Libia. Al parecer, a Antonio Guterres le gustó su informe y pasó a nombrarle su enviado al país.
Al igual que la mayoría de los diplomáticos de la ONU, el éxito de Bathily es difícil de precisar, ya que no ha habido una única experiencia exitosa que destacar. La ONU, al seleccionar a sus enviados, sigue la sencilla regla que dice: más vale malo conocido que malo por conocer. La mayoría de los diplomáticos de la ONU pasan, de media, un año mediando en un país en conflicto antes de ser trasladados a otro o jubilados. La mayoría nunca son despedidos por fracaso o bajo rendimiento, lo que indica una falta de responsabilidad dentro de la propia organización.
Sin embargo, la mayoría de los esfuerzos de la ONU en situaciones de conflicto fracasan principalmente porque el Consejo de Seguridad no refuerza sus resoluciones, ya que las cinco potencias con derecho a veto apenas se ponen de acuerdo sobre qué hacer, y mucho menos sobre cómo hacerlo. Numerosos ejemplos lo atestiguan; Ucrania, donde el Consejo nunca se puso de acuerdo contra Rusia, miembro con derecho a veto, a pesar de su agresión contra el Estado europeo. En Siria ocurre lo mismo, ya que Rusia y los demás miembros permanentes apoyan a bandos opuestos del conflicto, y Libia no es una excepción.
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A pesar de los buenos planes que los antiguos enviados de la ONU desarrollaron para Libia, ninguno funcionó porque ninguno contó con el respaldo decidido y firme del CSNU. El Consejo nunca reforzó ninguna de sus resoluciones durante la última década, excepto cuando el gobierno del ex presidente Muammer Gaddafi era el objetivo.
Esto explica por qué el Gobierno de Unidad Nacional (GUN) de Trípoli rechazó en un primer momento el nombramiento de Bathily cuando su nombre se barajó en un debate el pasado mes de agosto. Su representante ante la ONU, Taher El-Sonni, pidió un debate "serio" con los libios antes de cualquier nombramiento. Afirmó que su gobierno prefiere un enviado africano, pero que no aceptará al primero que se presente. Dicho enviado debe "conocer el expediente", dijo El-Sonni. Cabe destacar que era la primera vez en más de una década que Trípoli pedía ser escuchada sobre la forma en que la ONU selecciona a sus representantes mediadores en la crisis. La organización no suele consultar a las partes en conflicto a la hora de designar a sus mediadores.
Desde su llegada el pasado mes de septiembre, Bathily ha hecho poco, aparte de lo que ha denominado "consultas" con todas las "partes interesadas" libias en esta crisis que dura ya 11 años. El problema con las "partes interesadas libias" es que hace tiempo que se han convertido en apoderados de los países de la región y Bathily, educadamente, lo ha puesto de relieve en su declaración del 16 de diciembre ante el Consejo de Seguridad de la ONU.
Dijo al Consejo que ha estado recorriendo los países regionales en busca de su "apoyo continuado y coordinado" a la ONU en su intento de ayudar a los "líderes libios a superar sus diferencias". Ninguno de los países visitados por Bathily en su gira de 11 días se opone públicamente a los esfuerzos de la ONU en Libia. Sin embargo, lo que hacen entre bastidores es el factor número uno que dificulta la conciliación en Libia. Esto ha sido un hecho desde 2011, cuando el país se sumió en el caos después de que el gobierno del difunto Gadafi fuera derrocado debido, entre otras razones, a la intromisión militar y política extranjera en los asuntos de Libia.
No se trata de la capacidad de Bathily para gestionar Libia. La cuestión debería ser cuánto apoyo puede ofrecer el CSNU al representante de la ONU, ya que sin ese apoyo cualquier enviado está abocado al fracaso, porque es el Consejo el que toma la decisión final en una crisis grave como la de Libia. Actualmente, el CSNU está lejos de estar unido en cualquier asunto y mucho menos de utilizar sus poderes para implementar cualquier decisión que pueda tomar, además de las dos docenas de resoluciones que ha adoptado sobre Libia desde 2011.
Incluso antes de la guerra de Ucrania, el Consejo estaba dividido sobre quién debía ser designado para dirigir la misión de la ONU en Libia. La idea de contar con un mediador africano surgió porque la Unión Africana presionó para ello, dado que Libia está en África y en la Unión Africana.
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La imparcialidad también es fundamental. Justo antes de Año Nuevo, las redes sociales libias se vieron inundadas por la noticia falsa de que Bathily estaba preparando su propia "hoja de ruta" para imponerla a todos los partidos libios. Su oficina tuvo que emitir un comunicado el 28 de diciembre desmintiendo las informaciones.
También quiso enviar un mensaje a los dos principales líderes políticos que se disponían a reunirse en El Cairo (Egipto), en el sentido de que acogía con satisfacción sus reuniones y deseaba ver resultados serios. El Presidente del Parlamento, Águila Saleh, y el Presidente del Alto Consejo de Estado, Jaled Al-Mishri, concluyeron su reunión del 5 de enero emitiendo una declaración conjunta en la que prometían un "documento constitucional" en el que supuestamente se detallaría cómo se celebrarían las elecciones y quiénes podrían presentarse a ellas. Este ha sido el punto de fricción que ha provocado el aplazamiento indefinido de las elecciones del 24 de diciembre de 2021. No es la primera vez que ambos se ponen de acuerdo para luego discrepar. El "documento constitucional" debe ser debatido por ambas cámaras y es poco probable que sea posible un consenso. Tanto a Al-Mishri como a Saleh les gusta retrasar las elecciones todo lo posible porque cualquier votación podría acabar con sus carreras políticas, otro obstáculo para los esfuerzos de Bathily.
Independientemente del éxito que pueda tener Bathily a la hora de abordar el estancamiento político de Libia, el resultado de tal esfuerzo dependerá siempre del CSNU y no de su propio talento para lograr lo que sus siete predecesores no han conseguido.
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