El siguiente mensaje de texto cuenta toda la historia de por qué luchan las comunidades propalestinas de todo el mundo y contra qué luchan los proisraelíes: "Nos complace informar de que el Hospital de Chelsea y Westminster ha retirado una exposición de obras de arte diseñadas por niños de Gaza".
Este es el resumen de una noticia publicada en la página web del grupo de presión proisraelí UK Lawyers for Israel (UKLFI). A este grupo se le atribuye -si crédito es la palabra correcta- ser la parte que consiguió persuadir a la administración de un hospital del oeste de Londres para que retirara unas obras de arte creadas por niños refugiados de la asediada Franja de Gaza.
Al explicar la lógica de su implacable campaña para retirar las obras de arte de los niños, UKLFI afirmó que "los pacientes judíos" del hospital "se sentían vulnerables y víctimas de la exposición". Las pocas obras de arte representaban la Cúpula de la Roca en la Jerusalén Oriental ocupada, la bandera palestina y otros símbolos que en realidad no deberían "victimizar" a nadie. El artículo de UKLFI fue editado posteriormente, eliminándose el resumen ofensivo, aunque sigue siendo accesible en las redes sociales.
Por ridícula que parezca esta historia, es, de hecho, la esencia misma de la campaña antipalestina lanzada por Israel y sus aliados en todo el mundo. Mientras los palestinos luchan por los derechos humanos básicos, la libertad y la soberanía consagrados en el derecho internacional, el bando proisraelí lucha por la eliminación total de todo lo palestino.
Algunos lo llaman genocidio cultural o etnocidio. Aunque los palestinos han estado familiarizados con esta práctica israelí en Palestina desde la misma creación del Estado de ocupación, los límites de la guerra se han ampliado para alcanzar cualquier parte del mundo, especialmente en el hemisferio occidental.
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La inhumanidad de UKLFI y sus aliados es bastante palpable, pero el grupo no puede ser la única parte merecedora de culpa. Esos abogados no son más que la continuación de una cultura colonial israelí que considera la existencia misma de un pueblo palestino con un discurso político, incluido el arte infantil de los refugiados, como una "amenaza existencial" para el Estado de ocupación.
La relación entre la existencia misma de un país y el arte infantil puede parecer absurda -y lo es-, pero tiene su propia lógica, aunque extraña: mientras estos niños refugiados se reconozcan a sí mismos como palestinos, seguirán considerándose, y siendo considerados por los demás, como parte de un todo mayor, el pueblo palestino. Esta autoconciencia, y el reconocimiento por parte de otros -por ejemplo, los pacientes y el personal de un hospital londinense- de esta identidad palestina colectiva, hace difícil, de hecho imposible, que Israel gane.
Para palestinos e israelíes, la victoria significa dos cosas totalmente distintas, que no pueden conciliarse. Para los palestinos, la victoria significa libertad para el pueblo palestino e igualdad para todos. Para Israel, la victoria sólo puede lograrse borrando a los palestinos geográfica, histórica y culturalmente y de cualquier otra forma que pueda formar parte de la identidad de un pueblo.
Lamentablemente, el Hospital de Chelsea y Westminster es ahora un participante activo en este trágico borrado de los palestinos, de la misma manera que Virgin Airlines cedió a la presión en 2018 cuando aceptó eliminar el "cuscús de inspiración palestina" de su menú. En ese momento, esta historia apareció como si fuera un episodio extraño en el llamado "conflicto palestino-israelí", aunque, en realidad, la historia representaba el núcleo mismo de este "conflicto".
Para Israel, la guerra de Palestina ha girado en torno a tres tareas básicas: adquirir tierras, borrar al pueblo y reescribir la historia. La primera tarea se ha logrado en gran medida a través de un proceso de limpieza étnica y colonización desquiciada de Palestina desde 1947-48. El actual gobierno de extrema derecha de Benjamin Netanyahu sólo espera finalizar este proceso. La segunda tarea implica algo más que la limpieza étnica, porque incluso la mera conciencia de los palestinos, estén donde estén, de su identidad colectiva, constituye un problema. De ahí el proceso activo de genocidio cultural. Y aunque Israel ha logrado reescribir la historia durante muchos años, esa tarea se ve ahora desafiada, gracias a la tenacidad de los palestinos y sus aliados, y al poder de los medios sociales y digitales.
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Podría decirse que los palestinos son los mayores beneficiarios del auge de los medios digitales. Han contribuido a la descentralización de las narrativas políticas e incluso históricas. Durante décadas, la comprensión popular de lo que constituye "Israel" y "Palestina" en la imaginación dominante estuvo controlada en gran medida a través de una narrativa específica sancionada por Israel. Quienes se desviaban de esta narrativa eran atacados y marginados, y casi siempre acusados de "antisemitismo". Aunque estas tácticas siguen desatándose contra quienes critican a Israel, el resultado ya no está garantizado.
Por ejemplo, un solo tuit en el que se denunciaba la "delicia" de UKLFI ha recibido más de 2 millones de visitas en Twitter. Millones de británicos indignados y usuarios de las redes sociales de todo el mundo han convertido lo que pretendía ser una historia local en uno de los temas más debatidos en todo el mundo sobre Palestina e Israel. Como era de esperar, no muchos usuarios de las redes sociales compartieron el "deleite" de UKLFI, lo que obligó al grupo de presión a reformular el artículo original. Y lo que es más importante, millones de personas han conocido en un solo día un tema totalmente nuevo sobre Palestina e Israel: el borrado cultural. La "victoria" se ha convertido en una completa vergüenza para el grupo de presión pro-Israel; tal vez incluso en una derrota.
Gracias a la creciente popularidad de la causa palestina y al impacto de las redes sociales, las victorias israelíes iniciales casi siempre se vuelven en su contra. Otro ejemplo reciente fue el despido y la rápida reincorporación del ex director de Human Rights Watch (HRW), Kenneth Roth. En enero, se revocó la beca de Roth en la Escuela Kennedy de la Universidad de Harvard debido al informe de HRW que define a Israel como un régimen de apartheid. Una gran campaña iniciada por pequeñas organizaciones de medios de comunicación alternativos consiguió que se restituyera a Roth en cuestión de días. Este y otros casos demuestran que criticar a Israel ya no supone un riesgo para la carrera profesional, como ocurría a menudo en el pasado.
Israel sigue empleando tácticas anticuadas para controlar la conversación y la narrativa sobre su ocupación de Palestina. Está fracasando porque esas tácticas tradicionales ya no pueden funcionar en un mundo moderno en el que el acceso a la información está descentralizado y en el que ninguna censura puede controlar la conversación. Para los palestinos, esta nueva realidad es una oportunidad de ampliar su círculo de apoyo en todo el mundo. Para Israel, la misión es precaria, sobre todo cuando las victorias iniciales pueden convertirse en horas en derrotas totales.
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