No está claro por qué Henry Kissinger, de 100 años de edad, ha sido encumbrado por la intelectualidad occidental para desempeñar el papel de visionario sobre cómo debe comportarse Occidente en respuesta a la guerra entre Rusia y Ucrania.
Pero, ¿tiene el centenario político las respuestas?
Todos los grandes conflictos mundiales en los que participaron Estados Unidos y sus aliados de la OTAN en el pasado tuvieron sus propios intelectuales sancionados por el Estado. Éstos son los que suelen explicar, justificar y promover la posición de Occidente ante sus propios compatriotas primero, y después a escala internacional.
No son "intelectuales" en la definición estricta del término, ya que rara vez utilizan el pensamiento crítico para llegar a conclusiones que pueden o no ser coherentes con la postura o los intereses oficiales de los gobiernos occidentales. En cambio, defienden y abanderan las posturas dominantes en los distintos estamentos de poder.
Muy a menudo, estos intelectuales tienen el privilegio del tiempo. En el caso de Irak, por ejemplo, intelectuales neoconservadores, de la talla de Bernard Lewis, trabajaron incansablemente para promover la guerra, que terminó con la invasión de Irak en marzo de 2003.
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Aunque los neoconservadores siguieron apoyando firmemente una mayor implicación en Irak y Oriente Medio a través de oleadas militares y similares, fueron finalmente -aunque no de forma permanente- dejados de lado por otro grupo de intelectuales, que apoyaban una mayor presencia militar estadounidense en la región de Asia-Pacífico.
Occidente también tuvo sus propios intelectuales que dominaron los titulares de las noticias durante la llamada "primavera árabe". Personajes como el filósofo francés Bernard-Henri Levy desempeñaron un papel perturbador en Libia y se esforzaron por influir en los resultados políticos de todo Oriente Medio, haciéndose pasar por intelectuales disidentes y grandes defensores de los derechos humanos y la democracia.
De Lewis a Levy, pasando por otros, los poderosos intelectuales occidentales practicaron algo más que el mero intelectualismo. Tradicionalmente han desempeñado un papel fundamental en la política sin ser políticos propiamente dichos, elegidos o no.
Kissinger, sin embargo, es un fenómeno interesante y algo diferente.
Es el político occidental estadounidense por excelencia, que definió toda una era de realpolitik. Nociones como los derechos humanos, la democracia y otras consideraciones morales rara vez fueron factores que influyeran en su enfoque belicista de la política a lo largo de sus etapas como Secretario de Estado, Asesor de Seguridad Nacional y otros cargos políticos oficiales o no oficiales.
Para Kissinger, lo que importa en última instancia es la hegemonía occidental, en particular el mantenimiento del actual paradigma de poder de dominio mundial occidental a cualquier precio.
Así pues, el intelecto de Kissinger es el resultado de experiencias de la vida real relacionadas con su larga experiencia en la diplomacia estadounidense, la Guerra Fría y otros conflictos en los que participaron principalmente Estados Unidos, Rusia, China, Oriente Medio y una serie de miembros de la OTAN.
Otra diferencia entre Kissinger y otros intelectuales patrocinados por el Estado es que ahora se busca la sabiduría de este hombre en relación con un acontecimiento que, según las propias afirmaciones de Occidente, no ha sido instigado por las acciones de Estados Unidos y la OTAN. De hecho, muchos países occidentales creen que se encuentran en estado de autodefensa.
Normalmente, esto no es así. Los intelectuales occidentales de política exterior suelen dar forma a las políticas de antemano, promoverlas y justificarlas mientras éstas se llevan a cabo.
En el caso de Kissinger, la intelectualidad occidental buscó su sabiduría como resultado de su palpable desesperación, reflejo de su propio fracaso a la hora de leer y responder a los acontecimientos en Ucrania, de forma unificada y estratégica.
Es como si Henry Kissinger fuera un oráculo de 100 años, cuya profecía puede salvar a Occidente de la supuesta invasión de las hordas procedentes de Oriente. Esta afirmación se ve corroborada por la infame declaración del Jefe de la Política Exterior de la UE, Josep Borrell, cuando dijo que "Europa es un jardín... (pero) la mayor parte del resto del mundo es una jungla".
El problema, sin embargo, es que el oráculo no parece decidirse sobre el curso de acción adecuado.
En una reciente entrevista con The Economist, Kissinger se desdijo tajantemente de unos comentarios que había hecho el pasado mes de septiembre en un foro organizado por el Consejo de Relaciones Exteriores.
En aquel entonces, Kissinger afirmó que "la expansión de la OTAN más allá de su contexto actual me parecía una medida poco inteligente".
En relación con el legado de Kissinger, aquella postura parecía suficientemente sensata como punto de partida para un futuro diálogo. Sin embargo, la respuesta al comentario de Kissinger por parte de analistas e ideólogos occidentales le obligó a modificar su postura.
En un artículo publicado en diciembre en The Spectator, Kissinger articuló su propio plan de paz, uno que garantiza la "libertad de Ucrania" dentro de una nueva "estructura internacional", una que permitiría a Rusia "encontrar un lugar en ese orden".
En cuanto a Ucrania y la OTAN, Kissinger propuso que algún tipo de "proceso de paz vincule a Ucrania con la OTAN, como quiera que se exprese".
Eso también fue rechazado, y ruidosamente, por muchos.
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Casi un año después del comienzo de la guerra, Kissinger se alejó aún más de su postura original, al declarar que el ingreso de Ucrania en la OTAN era el "resultado apropiado" de la guerra.
Y, por último, en su larga entrevista con The Economist, Kissinger vinculó el ingreso de Ucrania en la OTAN a la propia "seguridad de Europa".
Sería conveniente afirmar que las aparentes incoherencias en la postura de Kissinger se debieron a los nuevos acontecimientos sobre el terreno. Pero poco ha cambiado sobre el terreno desde que Kissinger hizo su primera declaración. Y la posibilidad de una guerra global, incluso nuclear, sigue siendo real.
El problema, por supuesto, no es el propio Kissinger. La crisis es doble: Occidente no está dispuesto a aceptar que la guerra, por una vez, no resolverá sus problemas; pero tampoco tiene otra alternativa para poner fin al conflicto, salvo el desencadenamiento de nuevos conflictos.
Esta vez, Kissinger no tiene la respuesta.
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